Autora: Gloria
No
recuerdo cuándo lo vi por primera vez, pero no olvido que desde el
día que tuve la primera oportunidad de intercambiar palabras con él,
la que antes era sólo una sala de estudio de la biblioteca, se
convirtió en un lugar especial para mí. El lugar donde podía
encontrar a la persona que con su presencia y tres o cuatro frases
pronunciadas me regalaba un momento de esos que te dejan sin
palabras.
Un
martes en la mañana, al terminar mi clase de 7:00, la profesora del
curso me pidió que le hiciera una consulta en la biblioteca. Desde
que inicié mi proceso académico he visitado y disfrutado mucho este
espacio; pero estando allí no supe dónde debía hacer la consulta.
Dejándome llevar por una especie de magia y de ganas encubiertas que
me conducían hacia aquel lugar, decidí entrar a la sala de estudio
donde trabaja él. Aunque no lo conocía sabía que antes nos
habíamos cruzado por los pasillos de la biblioteca, e incluso en
algunas ocasiones habíamos intercambiado saludos gestuales que
llamaban mi atención. Allí estaba sentado, tan sereno y atractivo;
al acercarme tuvo lugar nuestro primer diálogo, que inició con un:
Bue día de mi parte, seguido por una amable contestación de parte
suya.
Efectivamente,
resolvió mi duda enseñándome la página de la biblioteca y
mencionando el lugar al que debía dirigirme; pero esto fue lo último
en lo que fijé mi atención. Y ¿cómo haber hecho lo contrario?
después de escuchar su voz, su voz de tono grave y al mismo tiempo
tan dulce; aquella voz que por unos segundos me llevó a guardar
silencio, para escucharla mejor. ¿Cómo haber hecho lo contrario?
después de llegar con una duda y salir con un sinnúmero de éstas.
Sí, al abandonar aquella sala me preguntaba Cuál sería su nombre,
si lo volvería a ver o si volveríamos a hablar.
Ese
día me marché verdaderamente emocionada de la biblioteca, como
cuando me encontraba con un libro que despertaba mi interés y
ansiaba leerlo para descubrir lo que guardaba entre sus líneas. Para
mi fortuna, después de algunos días, en una de mis nuevas visitas a
la biblioteca, supe su nombre, su edad, y supe también que existían
muchas posibilidades de volver a verlo. Sólo quedó uno de los
interrogantes sin resolver, para mí el más importante: ¿Podría
volver a hablarle de temas no académicos? Sin proponérmelo empecé
a visitar con más frecuencia la biblioteca, en la mañana, en la
tarde o en la noche; por lo tanto, lo veía muchas veces. Era
hermoso cuando encontraba su mirada, cuando desde su lugar de trabajo
me saludaba, y mejor cuando podía apreciar su sonrisa. No entendía
por qué era bonito y significativo que un desconocido me generara
tantas sensaciones agradables.
Cuando
me encontraba frente a él aparecía el nerviosismo que no puedo
evitar cuando alguien despierta mi interés, o el frío intenso que
recorre mis manos; hasta que sin darme cuenta vuelven a su estado
normal… Pero lo que menos entiendo es cómo no evité acercarme a
él la mañana que traía puesta la camiseta amarilla (la que le
queda tan linda) y decirle lo guapo que se veía. Tuve la
oportunidad de hacerle muchas consultas, pues curiosamente, me
empezaron a surgir dudas sobre la biblioteca. Al verme me reconocía
y me saludaba estrechando su mano fuerte y cálida con la mía. Sin
embargo, aunque ya teníamos un poco de acercamiento, aún esperaba
tener la oportunidad donde pudiéramos hablar, y sus palabras me
contaran un poco sobre él.
Podría
pensarse que era fácil obtener dicha oportunidad, podía haberla
creado acercándome y pidiéndosela. Pero, no resulta tan fácil
cuando algunas de tus ideas y algunos de tus miedos te impiden
hacerlo, e intentan sobrepasar tus deseos. Por fortuna, hubo una
ocasión en la que pudo más una fuerza interior que sin darme cuenta
me llevó hacia él, y cuando fui consciente de lo que estaba
haciendo, ya me encontraba preguntándole (con el nerviosismo que en
algunas ocasiones suele acompañarme y con mis manos más heladas que
en otros momentos): ¿Puedo invitarte a tomar un café? Así como no
olvido la primera vez que hablamos, tampoco olvido la primera vez que
invité a un hombre al que no conocía a tomar un café, y
felizmente, recibí un si como respuesta.
En
dos días estaría junto él, en dos días tendría la oportunidad
que había esperado. ¿Qué le diría? era en lo que más pensaba. No
sabía lo que haría, ni tampoco lo que debía decir, pero aun así,
fue una dulce espera. Durante 48 horas mi mente no dejó de jugar,
creando escenas, e imaginando muchísimas situaciones. Cuando llegó
el anhelado viernes y específicamente el momento donde estaba frente
a él, sin la mediación de preguntas académicas, fue inevitable que
él descubriera el miedo que me generaba su presencia. No sé si
alcanzó a descubrir que ese miedo no se debía a una sensación de
desconfianza, sino por el contrario, a la confianza tan grande, que
aún sin conocerlo él me suscitaba. Lo sentía tan cercano como si
se tratara de un viejo amigo. Escucharlo fue realmente agradable,
surgió una charla muy amena; ya que, además de su cautivante tono
de voz, de sus cálidas manos, me encontraba también ante su
encantadora espontaneidad.
Estuvimos
juntos aproximadamente dos horas, y aunque parece poco, este tiempo
fue suficiente, para permitirme descubrir que con muchas palabras de
las que él decía y gracias a la forma cómo las decía, no sólo me
estaba permitiendo hacerme algunas ideas sobre él, sino que también,
me estaba permitiendo explorar aspectos de mi personalidad, que por
diferentes razones eran aún inexplorados. Mientras hablaba sus
palabras me llevaban a mi pasado, a mi futuro, a mi presente, y
dibujaban en mi mente un sinnúmero de posibilidades frente a la vida
y frente a mi vida. Así como cuando un libro no te deja siendo el
mismo, o sus líneas te regalan momentos únicos y muy bonitos; él
me llevó a cuestionar algunas ideas, a enfrentar algunos miedos, y a
permitir que ciertas sensaciones que a veces me parecían triviales,
tuvieran un nuevo lugar en mi vida, exaltando la belleza que generan
cuando te das el permiso de sentirlas...
No
recuerdo cuándo lo vi por primera vez, pero no olvido que desde
aquel día en que tuve la primera oportunidad de intercambiar
palabras con él, la que antes era sólo una sala de estudio de la
biblioteca, se convirtió en un lugar especial para mí, en el lugar
donde podía encontrar a la persona que sólo con su presencia y con
unas tres o cuatro frases que enunció, me regaló un momento de esos
que te dejan sin palabras.
Un martes en la mañana, al terminar mi clase de 7:00 la profesora que la dirigía me pidió que le hiciera una consulta en la biblioteca. Desde que inicié mi proceso académico, he visitado y disfrutado mucho este espacio, pero estando allí, favorablemente, no tuve la certeza de dónde debía hacer la consulta, así que dejándome llevar por una especie de magia y de ganas encubiertas que me conducían hacia aquel lugar, decidí entrar a la sala de estudio donde trabaja él. Aunque no lo conocía sabía que antes nos habíamos cruzado por los pasillos de la biblioteca, e incluso en algunas ocasiones habíamos intercambiado saludos gestuales que de alguna manera llamaban mi atención.
Allí estaba sentado, tan sereno y atractivo; al acercarme a él, tuvo lugar nuestro primer diálogo, que inició con un: Buenos días de mi parte, seguido por una amable contestación de parte suya… Efectivamente, resolvió mi duda enseñándome la página de la biblioteca y mencionando el lugar al que debía dirigirme; pero fue lo último en lo que fijé mi atención en ese momento. Y cómo haber hecho lo contrario, después de escuchar su voz, su voz de tono grave y al mismo tiempo tan dulce; aquella voz que por unos segundos me llevó a guardar silencio, para no dejar de escucharla. Cómo haber hecho lo contrario, después de llegar con una duda y salir con un sinnúmero de éstas. Sí, al abandonar aquella sala me preguntaba, ¿Cuál sería su nombre? ¿Si lo volvería a ver? o ¿si volveríamos a hablar?...
Ese día me marché verdaderamente emocionada de la biblioteca, como cuando me encontraba con un libro que despertaba mucho mi interés y ansiaba leerlo para descubrir lo que guardaba entre sus líneas.
Para mi fortuna, después de algunos días, en una de mis nuevas visitas a la biblioteca, supe su nombre, su edad, y supe también que existían muchas posibilidades de volver a verlo. Sólo quedó uno de los interrogantes sin resolver, para mí el más importante: ¿Podría volver a hablarle, pero no para hacerle una consulta académica?
Sin planearlo, o al menos no mucho, tuve que empezar a visitar con más frecuencia la biblioteca, en la mañana, en la tarde o en la noche, por lo tanto, muchas veces lo veía; era hermoso cuando encontraba su mirada, cuando desde su lugar de trabajo me saludaba, y aún más cuando podía apreciar su sonrisa.
Un martes en la mañana, al terminar mi clase de 7:00 la profesora que la dirigía me pidió que le hiciera una consulta en la biblioteca. Desde que inicié mi proceso académico, he visitado y disfrutado mucho este espacio, pero estando allí, favorablemente, no tuve la certeza de dónde debía hacer la consulta, así que dejándome llevar por una especie de magia y de ganas encubiertas que me conducían hacia aquel lugar, decidí entrar a la sala de estudio donde trabaja él. Aunque no lo conocía sabía que antes nos habíamos cruzado por los pasillos de la biblioteca, e incluso en algunas ocasiones habíamos intercambiado saludos gestuales que de alguna manera llamaban mi atención.
Allí estaba sentado, tan sereno y atractivo; al acercarme a él, tuvo lugar nuestro primer diálogo, que inició con un: Buenos días de mi parte, seguido por una amable contestación de parte suya… Efectivamente, resolvió mi duda enseñándome la página de la biblioteca y mencionando el lugar al que debía dirigirme; pero fue lo último en lo que fijé mi atención en ese momento. Y cómo haber hecho lo contrario, después de escuchar su voz, su voz de tono grave y al mismo tiempo tan dulce; aquella voz que por unos segundos me llevó a guardar silencio, para no dejar de escucharla. Cómo haber hecho lo contrario, después de llegar con una duda y salir con un sinnúmero de éstas. Sí, al abandonar aquella sala me preguntaba, ¿Cuál sería su nombre? ¿Si lo volvería a ver? o ¿si volveríamos a hablar?...
Ese día me marché verdaderamente emocionada de la biblioteca, como cuando me encontraba con un libro que despertaba mucho mi interés y ansiaba leerlo para descubrir lo que guardaba entre sus líneas.
Para mi fortuna, después de algunos días, en una de mis nuevas visitas a la biblioteca, supe su nombre, su edad, y supe también que existían muchas posibilidades de volver a verlo. Sólo quedó uno de los interrogantes sin resolver, para mí el más importante: ¿Podría volver a hablarle, pero no para hacerle una consulta académica?
Sin planearlo, o al menos no mucho, tuve que empezar a visitar con más frecuencia la biblioteca, en la mañana, en la tarde o en la noche, por lo tanto, muchas veces lo veía; era hermoso cuando encontraba su mirada, cuando desde su lugar de trabajo me saludaba, y aún más cuando podía apreciar su sonrisa.
No entendía cómo, pero era bonito y significativo que alguien a quién no conocía me generara tantas sensaciones agradables; cuando me encontraba frente a él aparecía ese nerviosismo que no puedo evitar cuando alguien despierta mi interés, o aquel frío intenso que recorre mis manos, hasta que sin darme cuenta vuelven a su estado normal… Pero lo que menos entendía era cómo se me hizo inevitable acercarme a él, aquella mañana en que traía puesta la camiseta amarilla, (la que le queda tan linda) y decirle cómo se veía de guapo.
En algunas oportunidades, nuevamente le hice algunas consultas, pues curiosamente, me empezaron a surgir dudas sobre la biblioteca, por lo tanto, ya me reconocía y cuando me saludaba estrechaba su mano fuerte y cálida con la mía.
Sin embargo, aunque ya teníamos un poco de acercamiento, aún esperaba tener la oportunidad donde pudiéramos hablar, y sus palabras me contaran un poco sobre él.
Podría pensarse que era fácil obtener dicha oportunidad, podía haberla creado acercándome y pidiéndosela. Pero, no resulta tan fácil cuando algunas de tus ideas y algunos de tus miedos te impiden hacerlo, e intentan sobrepasar tus deseos.
Por fortuna, hubo una ocasión en la que pudo más una fuerza interior que sin darme cuenta me llevó hacia él, y cuando fui consciente de lo que estaba haciendo, ya me encontraba preguntándole (con el nerviosismo que en algunas ocasiones suele acompañarme y con mis mis manos más heladas que en otros momentos):
¿Puedo invitarte a tomar un café?
Así como no olvido la primera vez que hablamos, tampoco olvido la primera vez que invité a un hombre al que no conocía a tomar un café, y felizmente, recibí un si como respuesta. En dos días estaría junto él, en dos días tendría la oportunidad que había esperado. ¿Qué le diría? era en lo que más pensaba. No sabía lo que haría, ni tampoco lo que debía a decir, pero aun así, fue una dulce espera. Durante 48 horas mi mente no dejó de jugar, creando escenas, e imaginando muchísimas situaciones.
Cuando llegó el anhelado viernes y específicamente el momento donde estaba frente a él, sin la mediación de preguntas académicas, fue inevitable que él descubriera el miedo que me generaba su presencia, pero no sé si alcanzó a descubrir que ese miedo no se debía a una sensación de desconfianza, sino por el contrario, a la confianza tan grande, que aún sin conocerlo él me suscitaba, lo sentía tan cercano como si se tratara de un viejo amigo.
Escucharlo fue realmente agradable, surgió una charla muy amena; ya que, además de su cautivante tono de voz, de sus cálidas manos, me encontraba también, ante su encantadora espontaneidad.
Estuvimos juntos aproximadamente dos horas, y aunque parece poco, este tiempo fue suficiente, para permitirme descubrir que con muchas palabras de las que él decía y gracias a la forma cómo las decía, no sólo me estaba permitiendo hacerme algunas ideas sobre él, sino que también, me estaba permitiendo explorar aspectos de mi personalidad, que por diferentes razones eran aún inexplorados. Mientras hablaba sus palabras me llevaban a mi pasado, a mi futuro, a mi presente, y dibujaban en mi mente un sinnúmero de posibilidades frente a la vida y frente a mi vida.
Así como cuando un libro no te deja siendo el mismo, o sus líneas te regalan momentos únicos y muy bonitos; él me llevó a cuestionar algunas ideas, a enfrentar algunos miedos, y a permitir que ciertas sensaciones que a veces me parecían triviales, tuvieran un nuevo lugar en mi vida, exaltando la belleza que generan cuando te das el permiso de sentirlas...
¿Y ahora quién podrá dormir sin conocer el nombre de este compañero que despertó tales emociones en Gloria?
ResponderEliminarEl relato es inquietante para quienes trabajamos en la Biblioteca. Sin embargo, me gusta cómo Gloria hace énfasis en la forma como esta viviencia le permitió conocer otros aspectos de sí mismas. Ese descubrimiento puede ser lo más significativo de la historia.
EliminarGracias por comentar. Saludos
Nos dejó en suspenso... no!!! que escriba la segunda parte :)
ResponderEliminarNo creo que haya una segunda parte; pero si Gloria lee puede sentirse motivada. Gracias por el comentario
Eliminartengo una pista, los que no usan camiseta amarilla los podemos descartar, creo saber de quien se trata....
ResponderEliminarMe alegra que esta BiblioExperiencia haya permitido jugar un rato intentando descubrir al bibliotecario favorito.
EliminarGracias por comentar