¿Cómo?
Esa
mañana
al
levantarse,
decidió
que
los mataría
a
todos. Que,
uno a
uno,
caerían
gracias
a ella.
Pero,
¿cómo
lo
haría?
Se
lo
preguntó
en
silencio,
casi
como
un
viejo susurro
a
la
altura
de su
oído derecho
mientras
se cepillaba
los dientes.
¿Podría
asesinar
a
su
padre
con
un cepillo
de
dientes
color
rosado?
Escupió
el
agua
mientras
decidía
que
no.
Y
mientras
observaba
absorta
el
armario
se
preguntó
sí
a
lo
mejor
apuñalar
a su madre
con
un gancho
dejaría
demasiada
sangre
en
el
suelo. Y bueno,
no es
que le
gustara
de a
mucho limpiar.
El
viaje a
la
universidad,
como
ya
era
una
costumbre
en
sí
misma,
fue
un
trayecto
largo
y poco
acogedor.
Las
voces
llegaban
en
susurros
demasiado
lejanos
para
ser
entendidos
y lo que
sus ojos
veían
no eran
más que formas
sin rostro.
¿Empujar
a
su
hermano
mayor
contra
un
bus
sería
demasiado
descabellado?
No tendría
que limpiar
y la
culpa
jamás
recaería
en
ella,
eso
era
un
punto
a
favor.
Pero
no,
tal
vez
podría pensar
en
algo
mejor.
Algo
como
comprar
un arma,
o incluso
mejor,
aprender
a
armar
bombas
caseras
con
algún
tipo
de tutorial
de internet.
¿Había
tutoriales
para
eso?
A lo
mejor sí,
el
problema
serían
los materiales.
Aunque
sin
duda,
así
sería
más
fácil,
acabaría
con
todos
y
sus
compañeros
serían
los primeros.
Las
clases,
el
almuerzo
e incluso
el
viaje
de regreso
a
casa…
Todo permaneció
teñido
por la acostumbrada
pared
transparente
entre
ese
mundo
y el
suyo.
Los
vio
reír,
incluso
–
con
el
mayor
descaro,
sí puede
decirlo
–
intentar
bromear
con
ella.
¿Quiénes
se
creían
que
eran?
Deseó,
con
más
fuerza
aún, matarlos
a todos.
Pero
un
libro
no
servía,
tal
vez
un
lapicero
o
un
lápiz
muy
afilado
podrían
causar
alguna
herida
de consideración.
Y aun
así,
no
lo
hizo,
demasiado
problemático.
Le
harían
demasiadas
preguntas,
y
lo peor
todo, podrían
quedar
vivos.
Permaneció
tras
su pared,
observándolos
con
odio contenido,
con
palabras
amontonadas
en
la garganta
y el
lápiz
aferrado
con
demasiada
fuerza
en
su
mano
mientras
seguían
pensando
cómo,
cómo llevarlo
a cabo.
Iba
a
matarlos
a todos.
Pero
primero
tenía
que
pensar
cómo
y tenía
que
ser
perfecto:
sin
sangre,
sin
preguntas,
sin desconfianzas,
rápido
y
certero.
Eso
fue lo
que
decidió
esa
noche,
sobre
su
cama
y
bajo
sus sábanas.
Sin
embargo,
tendría
que
dejarlo
para
mañana.
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