EL
COQUETEO
DE
LA
PARCA
Otro
día
más…
Allí
estaba
sentado
viendo
pasar
lentamente
el
mundo,
caras
y
gestos
como
detenidos
en
el
tiempo,
arropados
en
telas
que
escasos
de
forma,
deambulaban
en
diferentes
tonos
de
grises
a
negros.
Sobre
su
cabeza
una
gran
nube
negra,
pesada
y
densa,
que
le
comprimía
la
nuca,
le
entumecía
los
brazos,
le
impedía
abrir
bien
los
ojos
y
hasta
dificultaba
la
respiración.
¡Qué
esperanza
de
vida!
Con
tanto
sopor,
con
tanto
cansancio,
con
tanta
lucha
por
respirar.
Se
cansó
del peso,
del sopor,
de
la
dificultad
para
respirar,
pensar
y
moverse
y
decidió
abandonarse,
para
dejar
de
sentir,
dejar
el cansancio,
dejar
la
lentitud
y
la
soledad.
Tal
vez
injusto;
pero
ahora
no
importaban
los
días
de
sol,
de
brillo,
de
brisa
suave,
que
años atrás
le
envolvieron
su
desagarrada
vida.
Ni
siquiera
un leve
aliento
motivaba
regresar
a aquellos
días.
Parecía
que
hubieran
sido
vividos
por
otra
persona
ajena,
lejana,
sin
ningún
vínculo
y
del cual
no
importaba
su
historia.
Los
pies
como
asidos
al
concreto
de
la
calle,
no
conducían
a
ningún
lugar
en especial,
deambulaba
sordo,
absorto,
ensimismado
e
inexpresivo.
Pensó
por
un
momento
que
esto
debía
acabar
y
cuánta
paz
le
traería
hacerlo
en el
eterno
correr
de
un
segundo
del
reloj.
Se
“armó”
de un
gran
valor
para
hacerlo,
para
concluir,
para
terminar,
para
finalizar
y
que
el telón
bajara.
Un
sencillo
plan,
fácil
de preparar,
rápido
de ejecutar,
con
final
garantizado
y
que a la
vez
tomara
el
menor
tiempo
posible
para
obtener
el
resultado
esperado,
fue
urdiendo
y meditando,
en los
lapsos
que
algo
de
oxígeno
llegaba
a
su
cerebro,
tras
las
espaciadas
inhalaciones
que
tomaba
al ritmo
de
su
enredada
vida.
Tanta
pregunta
sin
resolver,
tanto
silencio
a
su
alrededor,
tanto
dolor,
tendrían
que cesar
y cuanto
antes
mejor.
Justo
cuando
estaba
por
descansar,
por
tomar
la
vida
en
sus
manos
y
ejecutar
su
plan,
aún con
los
ojos
cerrados
y
el
pulso
firme,
una
suave,
refrescante
y
poderosa
brisa
le
rozó
la
cara,
le
desordenó
el
cabello,
le
llenó
las
fosas
nasales,
le
silbó
al
oído,
le
pasó
tan
cerca
que terminó
llevándose
la
densa,
pesada
y
negra
nube,
retornando
a
sus
entrañas
el deseo
de luchar,
de
vivir,
de
respirar,
de
querer,
de
tocar,
de
bailar,
de
cantar,
de
gritar
con todas
las
fuerzas
de
su
garganta,
hasta
hace
poco
mustia
y
desprovista
de
sonidos.
Al
abrir
sus
grandes
ojos
desorbitados,
como
si
quisiera
tragarse
el
mundo
entero
a
través
de ellos,
volvió
a
ver
las
caras
alegres,
escuchó
las
risas,
los
pájaros,
los
murmullos,
sintió
livianos
sus
pies,
se
hizo
más
fácil
respirar,
hasta
le
sobresaltó
que
de
repente
tanto
aliento
le
embargara.
Recordó
que éste
sentimiento
ya
lo
había
tenido
y
le
era
muy
cercano,
casi
como
si
hubiera
vivido
siempre
dentro
de
sí.
Se
sintió
como
si
acabara
de
despertar
de un
largo
sueño.
Sus hombros
se
tornaron
erguidos,
su
pecho
se
hinchó
de
aire,
un
nudo
grande
se
hizo
en su
garganta,
lágrimas
de
alegría
se
agolparon
en
sus
cuencas
orbitales
y
sus
retinas
se
inundaron
con
los
diferentes
tonos
de
la
vida
que
pasa
y
sigue
su
camino,
que
se
acerca
y
se
va,
que
aplasta
y
levanta,
que
hace
reír
y
llorar,
en
un
vórtice
loco
que
anima
y
desgasta;
pero
que
al fin
y
al cabo,
es
la
VIDA!
KONG
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