“No se culpe a nadie”
El
otoño
es
una
época
difícil,
las
flores
pierden
su
color,
el
tiempo
se
tiñe
opaco
y algo
nostálgico.
Aun
así
el
padre
de la
pequeña
Amelia
siempre
cuida
su
jardín.
Lo
que
implica
tener
que podar
las
flores
que
tan
celosamente
cuida
después
de la
muerte
de su
esposa.
En ese
jardín,
hay
una
rosa
especial
una
que
pareciera
inmortal
con
su
brillo,
su
color
y
su
aroma
que
nunca
cambian;
pues
aunque
sea
invierno,
otoño
o
verano
ella
siempre
está
en
primavera
y Amelia
no
comprende
porque
esa
rosa
siempre
está
sola.
En
su
alrededor
sólo
el
césped
verde
crece
para
contrastar
su
color
tan
vivaz,
ni
siquiera
los
lirios
o
jazmines
que
también crecen
en
el
jardín
pueden
igualar
su belleza.
Una
mañana
Amelia
contempla
la
solitaria
rosa
a
través
de
su
ventana
mientras
bebe
su
jugo
de
arándano.
Pero
hoy
es
distinta,
hoy
tiene
un
brillo
diferente,
un
brillo
que
resplandece
y la
tiene
aún
más
asombrada.
Luego
que
su
padre
la
riega
y
limpia
la
maleza,
se
queda
observándola
atentamente.
Y
cómo
todo
los
días
su
padre
le
recuerda
que
tiene
prohibido
estar
en
el
jardín.
Amelia
no
puede
evitar
que
esa
rosa
tan
especial,
tan
grande
y
vital
llame
su
atención.
Por
eso
cuando
su
padre
sale
un
momento
por
algunos
víveres,
no
vacila
en
acercarse.
Ella y
la
rosa
están
cara
a
cara.
Empieza
a
sentir
su
embriagante
perfume,
ese
que se
desprende
como
diásporas
en
el
aire
y se
cuelan
por
su
nariz.
-
Achiss,
achiss.
Su
aroma
la
seduce,
la
llena
de
un
éxtasis
enajenador
y
aunque
su
cuerpo
comienza
a
sufrir
ciertas
alteraciones
ella
no
quiere
dejar
de
admirarla.
Nunca
se
había
atrevido
a
tocarla
pero
su
escarlata
y
brillante
color
la
envuelve
en
una
alucinación
extraña
que
no
puede
controlar.
Al
rozar
sus pétalos
terciopelos,
-
Aaaachiss.
Los
poros
de su
piel
erosionan
y
su
vello
se
pone
en
punta.
Su
piel
pálida
ahora
toma
un
color
anaranjado
que
con
el
pasar
de
los
minutos
se
hace
más
intenso.
Amelia
sabe
que
tiene
que
irse
pero
se
encuentra
atrapada,
no
quiere
dejar
aquella
solitaria
rosa
en el
jardín.
En
el
contraste
de ese
crepúsculo
azul
matutino
parece
absurdo
huir
de
tan
alucinante
encuentro.
Amelia
siente
un
calor
que
viene
desde
dentro
de
su ser
recorriendo
su
rostro,
su
sangre
se
disemina
rápidamente
por
su
frente
y sus
mejillas
hasta
llegar
a
sus
manos,
que
acuciosas
no
dejan
de
tocar
la
fantástica
rosa.
Sus
dedos
empiezan
a
recorrerla,
pétalo
a
pétalo
-Aachiss,
achis.
Lleva
sus
manos
a
la
boca
para
evitar
un
tercer
estornudo.
Éste
es
el
momento
para
escapar,
para
apartarse,
pero
sus
pies
no
responden
y
su
cabeza
le
da
vueltas.
Sus
manos
enardecidas
la
sorprenden
acariciando
nuevamente
aquella
perniciosa
rosa
que
pareciera
hablarle
desde
lo profundo
de su
ser
–No
puedes
escapar
de
mí.
Amelia
está
perdida
en
un
mar
de
sensaciones
incontrolables.
Aunque
le
falta
el
aire,
le
faltan
las
fuerzas
y su
nariz
y
boca
están
irritadas,
sofocadas
más
de
lo
que
hubiera
podido
imaginarse,
no
puede
alejarse.
Amelia
intenta
arrancar
la
rosa
que
aunque
hermosa
le
está
causando
tanto
daño
pero
su
pequeña
mano
al
sostener
el
firme
tallo
de la
rosa,
pincha
su dedo
en
aquel
único
resplandeciente
y
filoso
pico.
– ¡Ay!–
susurra,
palabra
que se
lleva
el
viento
suave
pero
ligeramente,
al
igual
que
sus cabellos
se
enredan
y
desenredan
en
él.
Una
gota
escarlata,
luego
otra
y
otra
empiezan
a
descender
por el
conjunto
de
falanges
de su
dedo
índice.
Tratando
de respirar
a fondo
y
dejando
escapar
un
poco
de
aire
para
intentar
recuperar
inútilmente
las
fuerzas
que
ha
perdido,
sólo
puede
ver
caer
a
borbotones
sobre
la
rosa
el
líquido
que
emana
su
piel
y que
poco
a poco
la deja
sin aliento,
en
lo que líquido
y
rosa
se
funden
en
uno.
Amelia
se
lleva
el
dedo
a la
boca,
pero
vanamente
puede
hacer
algo
por
detener
el
fluido
escarlata
que
no
tarda
en
manchar
su
vestido
mientras
ella
se
desvanece
sobre
el
jardín
donde
dos preciosas
esmeraldas
vieron
por
última
vez
brillar
una
rosa
especial.
Jendym23
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