¿Olvidar
o Perdonar?
Sentada
en
la
butaca,
con
el
cabello
blanco
producto
de
la
vejez,
y
la
mirada
perdida,
Silvicia
Pontifia
sollozaba
tranquilamente,
recordaba
aquel
lugar
como
el
“lugar
de las
pérdidas”,
y no
era
para
menos,
hacía
20
años
fue
su
sobrina
y
ahora
era
ella,
-
se
repite
la
historia-
medio susurraba,
era
su
conciencia,
había
decidido
olvidar
la
historia,
pero
cada
vez
que
lo
intentaba
ésta
regresaba
con
más
claridad,
como
si
los
hechos
ocurridos
antes
de
ese
1 de
Abril
hubiesen
sido ayer.
Fue
entonces
cuando
recordó,
todo comenzó
así:
Se
la pasaba
pensando,
sonreía
sin sentido,
alguna
vez,
la señalaron
de parecer
jovial,
de espíritu
encantador,
tristemente
eso
no
era
así.
Tenía
16,
y
mantenía
fumando
los
cigarrillos
de la
tía,
solía
contemplar
el
atardecer
y apenas
si
se
le
escuchaba
caminar
descalza
por
el
pasillo
de
la
casa,
nunca
se
lo
oyó
decir
el
nombre-
Francisca
Del
Carmen
Pontifia,
se
llamaba.
La
tía
un
solterona
de
40
años,
ya
había
tenido
3
esposos
y éstos
la
habían
dejado
una vez
notaban
las mañas
que acostumbraba
a
tener
cuando
dormía
con
ellos,
se
lamentaba
por no
haber
adquirido
la
belleza
natural
de
la
chiquilla,
desdeñada
y vieja
había
decido
hacerse
cargo
de la
mocosa
una
vez,
ésta
quedó
huérfana.
Los
intentos
fallidos
por enviar
a Francisca
al
colegio,
terminaron
una vez
se enteró
de los amoríos
que mantenía
con
el
profesor,
el
bandido
se
aprovechaba
del
estado
mental
de la pequeña
y la
engatusaba
con
falsas
promesas
de
casamiento,
pero
Silvicia
la
reprendía
a azotazos
con
látigo
y le
prohibía
salir;
desde
entonces
Francisca
se
encerraba
en
su
cuarto
y fumaba
los
cigarrillos
que
encontraba
en
la
cajetilla
de
su
tía,
en
cuánto
ésta
lo
notaba la
maltrataba.
No
obstante
Francisca
además
había
mantenido
encuentros
clandestinos
con
un joven de
su edad,
y
lo había
dejado
una vez
cayó
inmersa
en los chantajes
de
profesor.
Era
primero
de
abril,
10
de la
mañana,
cuando
la
vida de
Francisca
aconteció
de manera
inesperada,
su
cuerpo
lánguido
y
escuálido,
apareció
sin
vida,
junto
a
él,
con
una
cajetilla
de cigarrillos,
había
dejado
una
nota para
Silvicia-
y
ésta
decía
“no
seré
infeliz”.
Por
primera
vez
Silvicia
se
dio
cuenta
de
las
marcas
que
las
palizas
le
dejaban
al
pequeño
cuerpo
y
de
los
harapos
con
que
había
vestido
la
niña,
lloró
desconsoladamente
y
gritó,
pero
el
grito
ahogado
se
perdió
en
medio
del
llanto,
nunca
había
llegado
a
imaginar,
que
la
infeliz
se había
suicidado
cuando
se
enteró
que
el
inocente
que
llevaba
en
su
vientre
era
fruto
de
la violación
de profesor.
-Maldito
infeliz-
pensó
Silvicia,
-Maldita
sea-
volvió
a
gritar
e
hizo
añicos
la
jarra
que
encontró
en
la mesa,
-
me volveré
loca Francisca-
¿Acaso
no
puedes
perdonarme?,
deja
de perseguirme,
ya
no puedo
más, no fue
culpa mía-
20 años después Silvicia aparecería muerta exactamente en el mismo lugar donde una vez, había castigado severamente a Francisca, donde ésta había acabado con su infortunio, y ahora donde Silvicia su tía, se había suicidado al ya no soportar la idea, de haber sido ella quien le entregó la niña al profesor.
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