Desolación
y
calma.
No
siento
más
que
un
vacío
en
mi
pecho,
el
cosquilleo
en
mis
muñecas
se
incrementa
con
el
paso
de
los
minutos,
no
puedo
pensar
en
otra
cosa,
perdida,
dolor,
un
mundo
que desapareció
aquellos
amores
que
jamás
volverán,
la
lluvia
empapa
mi
ser
hasta
los
huesos,
dos
ataúdes,
uno
blanco
como
el
color
de
las
nubes
en
un
día
despejado
y
el
otro
ébano
,
oscuro,
regio
y
solemne
como
el
árbol,
mi
amor
yace
en
aquellos
cofres,
no
puedo
pronunciar
palabra,
la
oscuridad
crece
en
mi
interior,
regresé
a
ella
y
ya
nunca
lograré
salir.
Ambos
se
fueron
al
tiempo,
dejándome
triste,
vacía
y
casi
ajena
a
las
cosas
que
pasan
a
mi
alrededor.
Las
dos
familias
se
miran
mal
entre
ellas,
siempre
se
odiaron
yo
era
lo
único
que
tenían
en
común;
ahora
también
tienen
dos
tumbas
contiguas,
a
pesar
de
todo
el
odio
en
nuestro
entorno
esas
personas
me
querían
más
que
a
nada
en
el
mundo
y
yo
a
ellas
más
allá
de lo
imaginable.
No
puedo
pronunciar
palabra,
quiero
huir
de
ahí,
pero
no
puedo,
estoy
clavada
al
suelo,
no
siento
más
que
el
cosquilleo
en
las
muñecas,
sus
ataúdes
descienden,
yo
añoro
estar
con
ellas,
muero
con
cada
segundo.
La
ira
se
abre
paso
entre
la
oscuridad,
quiero
que
el
mundo
sufra,
quiero
que
se
queme,
que
agonice,
justo
como
yo
lo
hago
en
estos
inst
antes,
¿cómo
el
mundo
puede
estar
tan
tranquilo
y en
paz
si
yo
estoy
destrozada
viendo
la
muerte
entrar
y
destrozar
todo
en
mi
vida?
Aquella
felicidad
de
la
que
él,
ella
y
yo
disfrutábamos
hace
poco
tiempo
me
parece
tan
lejana,
casi
como
un
sueño,
¿cómo
se
atrevieron
a
dejarme
atrás?
Sé
que
no
lo
hicieron
a
propósito,
nadie
elije
morir
en
un
alud,
pero
la
idea
de
estar
sin
ellos,
si
antes
hacía
que
agonizara
ahora
hace
que
muera,
mi
vida
se
acorta
a
cada
segundo
como
la
de
todos
y la
arena
en
mi
reloj
empieza
a
caer
con
asombrosa
rapidez.
El
aguacero
al
final
dispersa
a
ambas
familias,
mi
fuerza
falla
y
termino
arrodillada
en
medio
de
sus
tumbas,
los
sepultureros
se
apresuran
a
cubrir
lo
que
alguna
vez
fue
mi
vida
con
la
tierra
húmeda.
La
juventud
escapa
de
nuestras
manos
a
cada
segundo,
no
debemos
malgastarla
en
cosas
banales,
solía
decir
aquel
hombre
de
larga
cabellera.
Y
es
justo
por
eso
que
debemos
gozárnosla
a
cada
momento
solía
contra
atacar
aquella
chica
de
ojos
soñadores,
yo
estaba
entre
ellos
como
el
réferi,
todos
tres
tan
diferentes
pero
nos
unía
un
amor
sin
igual,
una
risa
nerviosa
escapa
de
mis
labios,
esto
aterroriza
un
par
de
personas
que
visitaban
a
sus
familiares.
El
aguacero
arrecia
aduras
penas
puedo
ver
las
inscripciones
en
sus
tumbas,
ver
sus
nombres
grabados
en
la
piedra
lo
hace
tan
real,
poco
a
poco
pierdo
la
respiración,
estoy
angustiada,
no
encuentro
nadie
a
mi
alrededor,
al
fin
estoy
sola,
mi
grito
desgarra
el
cementerio,
un
alma
condenada
atrapada
en
un
cuerpo
sobre
el
que
se
cierne
la
oscuridad.
Abro
los
ojos,
solo
mi
cuello
responde,
giro
mi
cabeza
hacia
el
sitio
donde
aquel
joven
de larga
cabellera
descansa
en
el
cofre
de
ébano,
giro
hacia
el
otro
lado,
donde
la
chica
de
ojos
soñadores
descansa
en
su
cama
de
nubes,
tengo
los
brazos
abiertos
el
cosquilleo
se
detuvo,
un
líquido
tibio
emana
de
mí,
el
carmesí
tiñe
la
tierra,
mis
amores
vuelven
a mí
al
mismo
tiempo
que
la
poca
calidez
que
había
en
mi
cuerpo
desaparece,
tardé
un
poco
más
pero
estoy
regresando
sus
brazos
donde
el
mundo
tiene
sentido,
cierro
los
ojos
por
última
vez.
Una
nueva
luz
ilumina
un
lugar
desconocido,
ahí
me
esperan
ellos.
-
No te
esperábamos
tan
pronto,
dice
él
con
parca
voz
-
No
pude
aguardar
ni
un
segundo
más
sin
ustedes,
me
animo
a
responder,
la
calidez
se
apodera
de
mí
y
sonrío
sin
saber
muy
bien
como.
- No
interesa
nada
de
esto
te
hubiésemos
esperado
una
eternidad
si
hiciese
falta,
bienvenida
a
casa,
me
dice
una
melodiosa
voz.
Escrito
por
Athenea
Mejía
Comentarios
Publicar un comentario
Tus comentarios enriquecen nuestra Biblioteca ¡Gracias por Visitarnos!