LILÍ,
CARMESÍ
Soy un indio enamorado de
los que se enamoran porque sí, por un cabello bonito, unos ojitos
brillantes como los de las lilies, anduve selvas y trochas sudando
por amor, mordí la loma pensando en los codos de esa mujer porque a
esas esculturas talladas en basalto sólo arrastrándome en la mugre,
llegué.
Soy indio astuto porque
marqué las huellas hasta el fin, porque seguí las piernas largas y
gordas de una estatua carmesí, y porque un indio como yo, no muere
de cansancio sino de ausencia de chicha, porque enfuertando el
destino se avanza sin criticar y más que una historia que les quería
contar, este escrito es para orar por esa ingrata que al mismo diablo
puede inmolar.
Su voz aún se mezcla con
el octágono del sonido en mis más profundos sueños, pero eso no
importa, aun así todo se va, las estrellas se terminan por apagar,
brillamos por millones de años y solo nos queda el recuerdo, su
huella roja…
Soy un indio viejo, que
ha vivido más que un roble, fortuita fuerza que nunca se me escapó,
anduve más por ríos que por tierra, buscando sobre los espejos de
agua aquel cristalino aroma de su piel que me arrastraba como el olor
del cacao, como una quebrada imponente que me bordeaba sobre las
rocas secas… No sé cómo se creó esa combinación de dolor y
citronela, quemaduras y sedante.
No soy un indio
prevenido, sin más ni menos he llegado al colofón de mi propia
existencia, hablo con las plantas y les pido permiso para pisar su
raíz, no me he guardado el velo rojo de esa mujer, la ando buscando
loma arriba, por providencia me henchido de alimentos con los que en
las rocas me siento sólo a observar.
Soy un indio taciturno,
porque a ella nunca más la vi, ¡y es que esa no es mi única
desgracia!, a esa mujer que con sudor la tuve, también la sepultó
el gris.
Mi tribu se desvanece
como la bella noche oculta al sol, pero ella… ella es una verdad
inminente, de las piernas rojas, de la sangre caliente y su cabello
decorado con trozos de cacao, he creído encontrarla en cada doncella
que se acerca al río, todas tienen la misma mirada profunda pero ya
no avivan tal pasión… Caminan sobre el gris, sus ropas siempre
huelen a orines y petróleo, su cabello agrieta las sensibles telas
de mi nariz.
Y mis chozas, esas chozas
ahogadas, y nubes que nadie mira, a esas estrellas que ya no saben
iluminarse, y el pasado al que nunca volveré para intentar una vez
más, por ella morir, el viento que se aproxima a mis manos es como
el mismo aliento de la perdición, no me trae aroma de flores, ni el
sudor de su piel, esa mujer como mi carmesí, sonríe y danza con la
felicidad que sólo le provoca enterrar los pies en la tierra
asoleada…
La siembra ya no fecunda,
las sonrisas las traen los rieles en el tren, me trajo el gris, el
hombre que con su tizona sin ella me dejó … Ahora del indio
valiente que un día fui, sólo queda mi nombre para el lugar que no
fue para mí.
Freya.
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