MUTILÉ
La
jauría salió a copiar el documento, mientras yo debía cumplir las
horas asignadas, en la biblioteca Mario Carvajal. Recién había
dejado la primiparada en mí caminar. Los libros se apilaban cual
columnas de dioses caídos del Olimpo. Eran los tiempos en que me
ayudaba a fortalecer la curiosidad científica oficiando en ocasiones
de bibliotecario improvisado, días de solidaridad cuando algún
compañero preguntaba con ojos de lince sobre temas curiosos. Títulos
por doquier, y nombres que aún no sé pronunciar. Mañanas azules en
que se aprende a descifrar al mazo del día, a simuladores de
Calígula, y don Juanes de vereda.
Al
caer la tarde, después de contemplar la puesta de sol desde la
orilla del lago de la Universidad del Valle, sede Meléndez, pude ver
junto a la Maloca del cabildo indígena, la higuana inmóvil, girando
sus ojos hacia el poniente. Nosotros la llamamos Galaxia en honor a
Plutarco de Queronea.
Salí
por la estrecha calle de hormigón que conduce a la calle 13. Tenía
que llegar a San Fernando para sacar el libro recomendado, porque no
sé qué belleza se había llevado la lectura de la carpeta del
professeur. La terrible hora pico fue todo un desafío para llegar
antes del cierre de la biblioteca, que era a las nueve de la noche.
Las canciones sonaban alegres, era música de Richie Ray, y el
abordaje del bus con tiempo presagiaba todo un éxito en la
consecución del libro. Al bajar del juguetico llamado Alameda en la
ciudad de Cali, vi a lo lejos mis compañeros que abordaban el taxi
colectivo. Mis temores se confirmaron al buscar, y no encontrar sino
el vacío que queda en el estante. Y yo que necesitaba buena nota
para conservar la beca y el subsidio…
Llegue
caminando a la casa donde vivíamos y compartíamos con algunos
estudiantes de provincia. Después de recargar mil pesos, para llamar
desde mi celular, seguía hurgando las teclas, y como la canción del
maestro Buitrago cantaba… revisaba batería y nada. El alma me
volvió al cuerpo cuando un compañero llamó. Ve, tenés la copia o
¿ya resolviste la pregunta? No, si estoy en las mismas -le dije-.
Veámonos mañana jueves temprano para leer. Listo, nos vemos en
bajos de cafetería central -dijo mí compañero-.
No
pude conciliar el sueño, pesadillé sobre el origen del cero y los
decimales. Eran claros mis temores, porque además necesitaba
sostener el promedio en 3,8. Para colmo mi
compañero
no llegó, entonces resolví ir a la oficina del profesor pero no
tenía aún su cubículo, dijo la secretaria, razón por la cual me
paré como un poste de energía al frente de la fotocopiadora. Llego
el medio día, y no habían señales de humo. La hora del parcial se
acercaba para mí, y yo, sin escuchar siquiera los mensajes del
Oráculo de Delfos.
Estaba
sentado en la frutería de aquella avenida desde donde se ven las
garzas, cuando pasaron unos honorables encapuchados alardeando sobre
no sé qué problema, sonidos estridentes por paso ancho. Tocó
almorzar al galope, a la brava, sin hambre, y con preocupaciones. En
realidad, los del restaurante universitario se fajaron, ni siquiera
quedé con ganas de repetir el divino jugo de aquel día jueves.
Sonidos
de protestas a lo lejos, hasta que llegó la onda: -Orden de
desalojo, gritaban todos. El tropel esta jodido, se metieron los
toños… corran! Salíamos por la calle 16, mientras otros gritaban:
no hay salida. Metámonos hacia administración, cerrada; para
ciencias, bloqueada. Me metí a la biblioteca, y rodeado de libros
entendí que mis amigos incorpóreos escribieron poesía para atacar
angustias. Escudos de guerreros silenciosos, convertidos en textos,
me ofrecían la protección que necesitaba. Libros que persisten en
mantener vigente su voz.
Frente
a mí estaba un compañero con cara de Aztlán. Te cuento que leí
todo el capítulo, le falta una hoja, mutilaron el libro, -dijo
quedamente-. El examen de hoy es a las 6 de la tarde, y el profe no
creerá que falta una hoja del libro cité universitaire.
Ese
día no tuve parcial. Quien no llegaría a casa sería nuestro
compañero de Química, Johnny Silva, quien mira espiritualmente
nuestro caminar, desde aquella tarde trágica del 22 de septiembre
del 2005.
“Ferruco”.
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