Naufrago.
Por
Caleb
Luego
de siete
años
de
estar
en
coma,
Cristian
despertó
en
la
clínica
donde
había
nacido
sin
nada
más
que
un recuerdo
borroso.
Su
habitación
se
encontraba
vacía
pues
él
yacía
en
el
suelo.
Se
levanto
de
inmediato
y
sin
cambiarse
de
ropa
se
fue,
a
través
de
la
ventana
el
crepúsculo
invadía
su
habitación.
Mientras
bajaba
las
interminables
escaleras,
en
su
mente
retumbaba
el
por qué
su
hermano
no
estaba
con
él,
su
padre
o
madre,
alguien.
En
el
séptimo
piso
del
hospital
observo
a
un
sujeto
con
abrigo
y sombrero
de
color
negro
mirando
a
través
de
las
ventanas
de
las
habitaciones
mientras
se
perdía
en
un
eterno
y angosto
pasillo.
En
el
primer
piso
no
se
encontraba
nadie
“este
hospital
esta
vacio”
pensó.
Luego
de
recorrer
la
urbe
que
no
era
nada
igual
a la
que
era
cuando
había
entrado
en
trance,
Cristian
llego
a
la
casa
donde
vivió,
no
pudo
entrar,
probo
con
las
llaves
que
tenía
en
el
pantalón
pero
no
funciono,
rodeo
la
casa
y a
través
de
la
ventana
del
jardín
observo
a
sus
padres
a
su
hermano
a
la
novia
de
su
hermano
y
en
la
que
en
otra
vida
había
sido
su
novia,
se
veían
felices,
ninguna
ausencia
se
sentía;
noto
que
los
presentes
rodeaban
una
cuna,
y
con
el
afán
de necesidad
de
encontrar
algo
logro
observar
que
en una
rincón
de
esta
estaba
inscrito
su
nombre.
Sentado
en
el
jardín,
ocultado
en
la
penumbra,
Cristian
observaba
como
llegaban
más
familiares,
primos
tías
y
sobrinos,
todos
felices,
su
primo
Gabriel
que
en
un momento
se
dirigió
al
jardín
a enterrar
algo,
no
se
percato
de
presencia
alguna.
Luego
de
una
breve
euforia
llego
un
último
invitado,
se
bajo
de
un
vehículo,
la
noche
y la
ausencia
de
lámparas
traicionaban
la
visión
de
Cristian
que
no
logro
verlo
en
la
calle,
una
vez
en
la
casa
la
familia
lo
saludaba
y
gritaba
su
nombre
a
la
vez
que
se
le
abalanzaban
como
si
no
lo
hubieran
visto
durante
siete
años
“¡Cristian!”
exclamo
el
primo
Gabriel
cuando
lo
vio,
mientras
se
le
tiraba
encima,
como
si
el
letargo
hubiera
acabado.
Cristian
se
dirigió
a la
ventana
que
separaba
el
deseo
y
la
verdad,
la
golpeo,
pero
adentro
ni el
perro
se
inmuto;
desesperado,
confundido
e
irritado,
Cristian
gritaba
y caminaba
en
círculos,
a
la
distancia
observo
al
sujeto
con
atuendo
y
sombrero
oscuro,
lo
siguió.
Luego
de
perseguirlo
por una
calle
sumergida
en
la
negrura,
perdió
el
rastro
de
este
y
se
encontró
en
una
casa
de
madera,
de dos
pisos
algo
antigua,
se
dirigió
a la
puerta
mientras
el
rechine
de
los
escalones
le
recordaba
la
euforia
del
primo
Gabriel
con
el
otro,
ya
en
la
puerta
saco
las
llaves
de
su
pantalón
y
las
metió
en
la
cerradura,
abrió
la
puerta.
Adentro
la
casa
se
le
hacía
familiar,
estaba
casi
oscura
pues
un
quinqué
dejaba
la
sala
en
penumbra;
en
un rincón
de la
pequeña
sala
se
encontraba
una
cuna
y al
lado
un
espejo,
Cristian
se
paro
en
frente
de
el.
“Hora
de
irnos”
manifestó
el
sujeto
de
vestimenta
color
noche
“Estoy
listo”
le
replicaron,
mientras
el
eco
de las
palabras
se
perdía
en
el
tiempo.
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