Suspiro
La suave respiración de su amante sobre su cuello le indicó que
aquel, a su lado, ya se había quedado dormido.
Ella
movió su cuerpo suavemente hacia la izquierda, huyendo con toda la
prisa posible del abrazo débil del quinto hombre en la semana, con
el cual había estado intentando reemplazar al primero de toda su
vida.
Se
sentó sobre el borde de la cama, sintiendo algo en su pecho tan
pesado cómo un corazón de plomo. Se tomó el cabello entre las
manos, atándolo rápidamente en una coleta, dejando que una única
lágrima resbalara por su mejilla izquierda. Finalmente, se levantó
del lecho, tomó sus prendas, se vistió con suma rapidez y escapó,
algo culpable, algo avergonzada, un poco más rota.
No
se detuvo a pensar en el desorden de sí misma, o en la notable
rasgadura a la altura de sus muslos de sus medias veladas negras.
Aseguró en la recepción que el chico se haría cargo de la
exorbitante cuenta del restaurante y la habitación del lujoso hotel.
El
sonido de sus tacones repiqueteo contra el mármol y cuando cerró
aquella puerta de grueso vidrio tras su espalda, tomó los tacones en
sus manos sintiendo la grava contra sus pies.
Empezó
a correr, la adrenalina se derramaba en cantidad por su sistema motor
y la acetilcolina inundaba su sistema autonómico, sus venas latían
con fuerza en cada parte de su piel. No había lugar para la razón,
toda su fuerza vital se enfocaba en llevar a su cuerpo al desgaste
intolerable de los músculos, presionándose hasta la fatiga. Corría
a toda velocidad, sobre esforzándose, huyendo de algo que estaba en
su interior.
El
impacto en sus costillas se escuchó antes de sentirse, su cuerpo
colisionó contra la carretera en forma horizontal y su bolso voló
por los aires, dejando a la vista de ojos curiosos todos sus secretos
de mujer.
Un
pequeño suspiro de incomparable placer se resbaló de la comisura de
sus labios.
La sangre borboteaba de forma desesperada, intentando curar una
herida mortal. El pulmón se había perforado hasta un punto
irreparable y la hermosa protagonista escupió sangre.
Pero
sonrió.
Sonrió porque, finalmente, aquel vacío en su interior, que le
causaba insomnio, dolor y frustración, se había inundado.
Un último aliento fue exhalado de su boca carmesí.
Paz absoluta.
- Tormenta Dulce.
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