Al
despertar no era yo.
Ese día me levanté
como de costumbre, pero al verme al espejo comprendí que no era yo.
Me cepillé los dientes, lavé mi cara y me afeité. Mi cabello tenía
ciertas pintas blancas, ya no era negro. Tenía canas, fue una
sorpresa para mí. ¿Por qué había amanecido con este aspecto?, me
pregunté. Me introduje en la ducha, me bañé, sentí mi cuerpo
arrugado, la piel se sentía como de papel, no me reconocía. Pensé
que estaba en un sueño, en un mal sueño, afirmé. Reflexioné -es
una pesadilla- sueño que soy un viejo. De hecho me costaba la
respiración y mi corazón se aceleraba con facilidad. Salí del
baño, tomé mi toalla, y al dar un paso, sentí como mi rodilla
falseó, hice caso omiso. Sequé mi cuerpo lo que más pude, mis
brazos no respondían con facilidad, era una sensación de pesadez.
Total, en los sueños, es sabido, que ni los brazos, ni las piernas
hacen lo que uno ordena.
Después escuché
una voz, aquella persona gritaba mi nombre, entre un tono de enojo y
compasión. -“Don Carlos”- una y otra vez, no respondí,
no sabía de quién se trataba, además, no era la voz de mi mamá.
Entré al cuarto donde había despertado, supuse que me pertenecía,
mientras estaba dentro de aquel sueño. La verdad, lo único que me
producía miedo, era el hecho de estar viejo, de resto, por ahora no
me aterraba nada. El cuarto estaba pintado de azul con blanco, las
paredes eran muy lindas, y mi cama, la cama donde había despertado
era cómoda y grande, más grande que la mía. De repente
entró a mi cuarto, una señorita, tuve pena, pues solo había
cubierto mi parte baja con la toalla. Me arropé de inmediato con la
cobija que estaba allí.
La señorita dijo:
“-Don Carlos, lo he estado llamando para que tome su
desayuno, se nos va a pasar la hora de las medicinas-”.
¿Medicinas?-
pregunté.
-Sí,
la medicina de la presión y de la…-
-la interrumpí, la
presión, ¿sufro de la presión?-pregunté- a lo que asintió con su
cabeza. -Qué extraño- pensé. Este sueño es muy real, a lo que
seguí preguntando, ¿y, desde hace cuánto sufro de la presión?, a
lo que respondió de manera dubitativa:
-Hace
como tres años Señor-.
-Comprendo-. Bueno,
sí señorita, espere un momento afuera mientras me visto, ya salgo a
desayunar, y a tomarme las pastillas. Sonrió y salió de la
habitación. Me senté en la cama, y vi que al lado tenía la ropa
que debía colocarme, sonreí, es normal en los sueños, uno no sabe
de dónde aparecen las cosas, pero aparecen. Comencé a vestirme,
primero las medias, después el pantalón y por último, mi camisa.
Me puse de pie lo más rápido que pude, y sí, me sentí agitado,
sentí que la respiración era más rápida de lo normal y que mi
corazón latía a millón, a lo que pensé:- sí que necesito tomar
mis medicinas-.
Salí de la
habitación, caminé por el pasillo, llegué al comedor y estaba el
desayuno servido, no tenía café, supuse que por la presión, pero
ahg, me encantaba el café. No refunfuñé más que para mí.
La
señorita dijo: “-Don Carlos, hoy está de buen semblante,
será porque viene su hijo a verlo-.”
-¿hijo?- pregunté.
“-Sí,
Gregorio dijo que vendría hoy con su nieto a visitarlo, hace tanto
que no vienen-.”
-Mmm,
¿y por qué vendrán?-
“-porque
no pudieron venir ayer a su cumpleaños, usted se acostó algo triste
por eso.-”
-¿Ayer
cumplí años?-
-sí.-
-¿Cuántos?-
- 85-.
- ¿85?, No comprendo señorita. Esto es un sueño, no puede ser que me refleje ante el espejo como un anciano, yo apenas tengo 20. La señorita permaneció callada, mientras yo, sin querer, porque no quería, seguí comiendo mi arepa simplona.
“-A
ver, Don Carlos, tomémonos la pastilla, juicioso como
siempre.-”
Le miré, la verdad
estaba confundido, no quería tomarme nada. Accedí. En el papel de
la señorita decía: “a las 10 la pastilla para el Alzheimer y a
las 10:30 la de la presión”.
Firma:
Sophistes.
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