Charlie
Se encontraba
observando la calle a través de la ventana mientras recordaba aquél
día. El vapor que salía del café que se encontraba en sus manos,
empañaba el vidrio que estaba frente a ella. Tenía frío, aquel mes
de octubre siempre era más gélido de lo usual. Se dirigió a su
armario, buscó en cada una de sus gavetas qué se pondría aquella
noche. Mientras seguía pasando prenda tras prenda encontró su
vestido favorito, el que tenía puesto en el anochecer que lo
conoció.
Empezó a
desvestirse frente al espejo, recorriendo cada curva que él había
delineado aquella vez. Deslizó por sus piernas un vestido rojo que
se ajustaba perfectamente a su figura. Metió sus manos debajo de la
cama y sacó un par de tacones negros. Se dirigió al tocador.
Mientras se aplicaba el labial rojo que tanto le gustaba, recordó la
noche que lo conoció y sonrió. Después de mirarse múltiples veces
ante el cristal, llamó un taxi y esperó.
En el transcurso de
algunos minutos ya se encontraba frente al bar, le pagó al taxista y
entró. Las miradas de los hombres y mujeres que se encontraban en el
lugar, la llenó de suficiencia. Sabía que era preciosa y que nadie
la podría igualar. Empezó a mirar a todos los hombres que se
encontraban en el lugar, pero ninguno se parecía a él, ninguno era
como Charlie.
Con cada sorbo que
le daba al licor recordó el día que había estado con él, en la
finca que era de sus padres. Lo había llevado con la intención de
celebrar su cumpleaños. En esa ocasión tuvo el mejor sexo de su
vida. Por ese motivo lo amaba, nadie se lo hacía como él. Los
anteriores hombres con los que había estado eran unos bruscos. No
sabían tratar a una mujer.
Mientras seguía
tomando el licor, visualizó a un hombre que acababa de entrar y se
había sentado a unas cuantas mesas de la barra, tenía la espalda
ancha y se vestía como Charlie. Un sentimiento de felicidad la
embargó. Brenda se paró de la mesa y se dirigió hacia la barra, se
sentó en la butaca y pidió más licor. Mientras esperaba su pedido,
recogió su cabello y lo puso a un lado de su cuello, tenía que
sacarle ventaja a la desnudez de su espalda. A los minutos de estar
ahí, por el rabillo del ojo vislumbró que el hombre a quien había
mirado, se dirigía hacia a ella. Tenía un rostro precioso, no tan
lindo como el de él, pero con eso se conformaba. La invitó a un
trago y poco a poco empezaron a entablar conversación.
Horas después,
Brenda se encontraba encima del hombre en uno de los carros que
estaban aparcados en la acera. Lo besaba apasionadamente, mientras él
le acariciaba las piernas. En medio de su amorío, ella lo invitó a
la finca a las afueras de la ciudad diciéndole que tendrían más
intimidad. Cuando llegaron, aquel hombre inundado de deseo, la cargó
entre sus brazos y rápidamente llegaron a una habitación.
Empezó a quitarle
la ropa sin ningún indicio de ternura, besaba su boca con un ansia
desmedida, comenzó a bajar por la curvatura de su cuello hasta
llegar a sus senos, los mordisqueó. Una de sus manos se dirigió
hasta su entrepierna y sin darle satisfacción alguna, introdujo sus
dedos. Brenda se estaba revolviendo, no podía ser que con él también sucediera
lo mismo que con los demás. Si lo había llevado hasta ahí, era
porque quería la ternura de un hombre. Sin embargo, todo se derrumbó
en el momento en que la penetró, sus movimientos eran bruscos,
torpes, y lo único que estaba causándole era dolor.
Tiempo después,
Brenda se encontraba sacudiendo el barro de las botas que se había
puesto para ir al patio en la madrugada. Fue a la cocina y se preparó
una taza de café caliente. Mientras terminaba de endulzarlo, pensó
que había hecho las cosas bien, ella siempre lo hacía. Así él se
hubiese parecido a Charlie, no se comportaba tan delicadamente como
él y solo por ese hecho no merecía haber existido en el mundo.
Ross.
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