CRONICA DE UNA BRUJA
Siempre
quise escribir. Pero ese don no me fue dado. Por más que tratara de
hacerlo, terminaba escribiendo incoherencias que nunca nadie
entendería; Pero es de humanos seguir intentando. Tratando de atar
al papel criaturas místicas, mágicas y antiguas recurrí a los
libros, pero lo que encontré, me causo gracia y hasta un poco de
indignación. Pobres criaturas, pobres brujas, fueron juzgadas por
tener dones que la mayoría no tenia, fueron condenadas por ser
diferentes. Pero en aquella pequeña ciudad donde la magia no era un
mito, el tema no despertaba otra cosa más que temor. Incluso llegué
a ver rostros palidecer de asombro al escuchar la palabra brujería
mientras limpiaba las mesas del restaurante donde trabajaba. Sus
palabras llenas de repudio me alertaban, pero no podía dejar de
pensar en el miedo que sentía la ciudad, y eso despertó mi
curiosidad por completo, me dije: - ¡eso es! Haré la crónica de
una bruja, en retribución a todas las falsedades que se han dicho
sobre ellas–.
Creo que de alguna forma me sentí identificada. Buscando material en
las pequeñas bibliotecas, noté la presencia de alguien, me miraba
desde un escombro de libros, tratando de no ser descubierto. No hay
nada que me moleste mas que ser vigilada, así que me acerqué con la
intención de detener la situación, pero en cuanto me acercaba, su
rostro se hizo más claro -lo he visto antes, estoy segura - Pensé;
y en un mínimo esfuerzo por recordar, lo ví, en la aquella
biblioteca y en esa otra, en todas, para ser más exacta.
– ¿Por
qué me persigues? – Pregunté cortante
– No
te persigo – respondió él desafiante – solo es una
coincidencia.
– Una
coincidencia bastante persistente...
–Accidentalmente
revisé los libros que prestaste.
Mi
expresión se tornó furiosa -Te lo advierto aléjate o te
denunciaré- Dije con la convicción de hacerlo desaparecer yo misma,
la policía no era una opción viable para una indocumentada como yo.
–Tengo
documentos que te podrían interesar –Dijo tratando de atenuar la
situación –mi familia ha heredado los diarios de unas mujeres
acusadas de brujería, me interesa le tema y eres la primer persona
que he conocido tan interesada en el tema. Guardé silencio un
momento mientras él seguía sonriendo despreocupadamente –Está
bien, sería muy útil – contesté, después de todo solo tengo que
desaparecer todo si sale mal. –Mucho gusto, soy David. Estudio
literatura
–Soy
Isis.
Acordamos
reunirnos frecuentemente en la biblioteca principal, para revisar los
libros que él llevaba. David realmente no era ningún acosador, solo
le apasionaba el tema y en una ocasión oyó una de mis auto
reflexiones en voz alta. Él se la pasaba escribiendo mientras yo me
perdía entre la información de los libros y los diarios, entonces 3
minutos se convirtieron en 3 meses. David corregía insistentemente
mi historia cuando no concordaba con la información de los libros,
yo cambiaba las fechas y acontecimientos donde los libros se
equivocaban. Entonces me propuso escribir una novela, de esta forma
tendría mayor libertad para escribir y después de mucha discusión
terminé aceptando. Así que cambié el nombre del personaje
principal, Hécate se llamó. Tuvimos grandes discusiones por la
historia, porque según él, no era justo lo que hacía con los
humanos en la novela; no era mi intención hacerlos ver como “los
malos”, realmente no creo que se tratara de eso, un lado bueno y
uno malo, solo eran formas de vivir; pero son cosas que simplemente
él no entendería.
Las
brujas como Hécate, llevaban en su sangre la hechicería y
esconderla resultaba atroz para su ser. Pero ella no era la única;
otras debían saciar su instinto matando animales para comer; otras
solo podían lograrlo alimentándose de humanos. Comprendo que fueran
perseguidas, pero ¿no es lo mismo que hacemos para sobrevivir? Lo
importante aquí es vivir ¿entonces porque es un pecado tan grande
ser bruja?
Mis
preguntas le revelaron cosas que no encontraría en ningún libro. Al
final terminé escribiendo la crónica más real jamás hecha;
entendible, pero que nunca nadie leerá, porque desaparecerá en
silencio junto a su dueña.
En
este oscuro encierro nada cambió y lo último que recuerdo fueron
las últimas palabras de aquel literato:
– Adiós,
Hécate.
MIA-K
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