Una emisora en el
cielo
Andrés Cuero tenía
el don sensitivo de la palabra, la capacidad y el tacto de entablar
una conversación carismática. No sabía leer ni escribir, su
habilidad la aprendió de narradores orales que estuvieron de paso
por su pueblo natal, antes de ser azotado por las disputas entre la
guerrilla y el paramilitarismo, huyendo forzosamente con el recuerdo
de sus padres ultimados por dos sujetos de camuflado, pañoleta
naranja y cicatriz diagonal en sus parpados
Terminó en Cali
donde creció entre el rebusque que le podría garantizar su
garganta:
Pregonero de
busetas, almuerzos y zapatillas al por mayor y al detal.
Andrés conoció a
Claudio Orestes, estudiante de comunicación social, quien también
vivía del comercio callejero. El drama de la guerra y ser
desterrados de sus hogares natales los convirtió en amigos
inseparables.
¿Cómo hablar de
los que mueren a diario? ¿Cómo hablar de los que no aparecen en los
periódicos? Eran las preguntas que se hacían ambos mientras
desayunaban en una panadería del centro. Claudio tenía en mente un
proyecto y le propuso a Andrés ser su socio aprovechando la
versatilidad de su voz. Pero necesitaba el puntillazo final que
articulara la nube de ideas que merodeaban su cabeza. La solución
apareció súbitamente en una canción que sonaba en la radio: Andy
Montañez convocando a una legión de músicos y soneros por orden de
San Pedro. Andrés, pestañeando con lucidez espontanea le dijo a
Claudio: “¡En el cielo habrá una emisora!”
Consiguieron un
cuarto prestado y montaron una cabina de radio. Cubrieron las paredes
con cartones de huevo para mejorar la acústica, un portátil barato,
micrófonos y algunos audífonos que les regalaron. La emisora tenía
como propósito homenajear a sujetos que nunca acaparan los
noticieros; los anónimos que mueren a diario. Cada doliente se
acercaba a contar anécdotas sobre el difunto, haciéndolo sentir que
su paso por la tierra no fuera en vano. Con la impecable voz de
Andrés los luctuosos momentos se convirtieron en intimas tertulias,
conociendo facetas insospechadas de los muertos: algunos fueron
cantantes,
militares
condecorados y hasta escritores inéditos. Demostrando que el
anonimato no es sinónimo de aburrimiento o monotonía
Los muertos por edad
representaban las pláticas más amenas; había resignación y
madurez en el sentimiento de los dolientes. En los muertos por cáncer
o enfermedades terminales aun el duelo seguía latente. Los más
difíciles de tratar eran los que murieron por culpa de atracos o
victimas de alguna bala perdida.
Pero los más
delicado y espinoso de tratar para Andrés eran los muertos del
conflicto armado; de una guerra que no nos pertenece; una disputa por
la perpetuación de poderes inútiles y del cual somos carne de
cañón; borregos instrumentalizados en el alfiler del matadero.
Un día llegó un
tipo solicitando hacer un homenaje a su hermano, Claudio
inconscientemente lo dejó entrar mientras Andrés terminaba de
hablar con la familia de una anciana que murió sonriente viendo las
estrellas desde su sillón de paja. Ante el primer contacto cara a
cara, la cicatriz diagonal de su parpado y la primera palabra
musitada, Andrés se dio cuenta que era el tipo que violentó su casa
en aquel entonces. Vino a honrar la memoria de su hermano que hace
una semana murió por fiebre amarilla (una muerte muy limpia para lo
que fue su pasado). Andrés, invadido por sentimientos mezclados,
continuó hablando, preguntándole sobre su pasado, a lo que el tipo
omitió en un largo silencio y luego asintió lo siguiente:
-Mi hermano en sus
últimas palabras se mostró arrepentido de sus errores cometidos,
sobre todo por haber matado a la familia de un chico hace varios
años, por eso a nombre de él y el mío pido perdón porque sé que
él me estará oyendo.
- Créeme -le dijo estrechado su brazo ante la pálida mirada del ex bandido- él te perdonará, es más liguero perdonar que cargar un resentimiento a cuestas.
El momento quedó
sellado con un abrazo entre el perpetrador y su víctima, la
reconciliación que estos tiempos necesitan para que la paz no sea
una simple firma en el papel y supere los horizontes de la
incredulidad y el miedo.
Qasikay
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