A chavita
F(x)= -x+12: el
declive de la magia.
En un tiempo atrás,
antes que gobernaran los hombres, existió una raza que albergaba en
su corazón el fuego prometeico, eran magos, pero para su infortunio
desde sus inicios este fuego estaba condenado a extinguirse.
Eran diversos en
aspectos y colores, vivían tranquilos y leían sin restricción los
doce tomos de Arquímedes: libros esculpidos en el más fino mármol
negro. Ubicados en la gran plaza central de la Atlántida, en ellos
moraban todos los hechizos y conjuros posibles; allí se podía
aprender libremente las artes mágicas. Hasta el día que Alik el
patriarca de los magos rojos que había estudiado inquebrantablemente
los manuscritos sabiéndolos de memoria, afanado por la gloria se
propuso ser su único conocedor y en un instante de desequilibrio o
locura los destruyo iniciando una guerra entre todos los magos, pero
a pesar de sus estudiados cálculos al final de esta ofensiva mágica
solo sobrevivió el patriarca amarillo.
Rustam el pálido,
el último atlante afligido por la soledad que dejo la guerra, antes
de morir busco consuelo entre los hombres para compartir la llama de
su corazón y todos sus hechizos. Los hombres hábilmente lograron
aprender todos los secretos de la magia, pero aconteció que al
recibir el fuego de las alturas, la fuente mágica corrompía los
corazones blandos encendiendo el rojo fuego de la traición, y un
profundo egoísmo invadía a aquellos hombres llevándolos a
revelarse contra sus mentores. Los nuevos maestros, habiendo
traicionado a sus propios mentores tratando de continuar con el
legado del patriarca amarillo ya ausente, a una edad senil buscaban
un alumno para enseñar todos sus saberes, pero vaticinando la
traición de la que se cernía sobre ellos se guardaban para si un
hechizo hasta la tumba, que el aprendiz nunca llegaba a conocer; pero
esto llevo a una función lineal decreciente de olvido que se
finalizó cuando Yerik el último mago de la duodécima generación
de Rustam, solitario sin discípulo y sin nada que enseñar decidió
encender con el fuego de la magia la llama de un caldero de acero, y
exclamo:
“…aquí no
podrás traicionar a los hombres”
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