MUY TARDE EN LA NOCHE
Por Libia DU
Como todas las
noches, empujó el banquillo de madera hasta acercarlo al espejo. En
su mano izquierda sostenía la peineta y los topitos de colores. Se
sentó a esperar hasta que el golpe de la vieja puerta de madera le
anunciara que Bem, su padre, había llegado a casa. Todos los días
lo esperaba para que trenzara su cabello, a pesar del cansancio con
el que llegaba por días largos de lavar pisos, baños y planchar
ropa ajena. Así se ganaba la vida. La media noche se acercaba, y los
ojitos de Luciana, “Luchita” como le decían de cariño, se iban
cerrando poco a poco. Ya era tarde y su padre, no llegaba. Bajó del
banquillo y se sentó en la alfombra empolvada hasta que se fue
quedando dormida. La enorme cabellera rizada le sirvió de almohada.
Su primo Julio, diez años mayor que ella, había venido a pasar
vacaciones. Ese día él había ido a quedarse donde la abuela, al
pueblo que estaba a dos horas de la ciudad; pero le tocó devolverse
por un retén donde seguramente lo habrían dejado, ya que no tenía
libreta militar. Al llegar de nuevo a la casa de Bem y Luchita, Julio
tocó varias veces la puerta. Comenzó a desesperarse porque nadie
abría. Se le ocurrió subirse por la reja de la casa de al lado y
entrar por la ventana. Con dificultad trepó la reja, abrió la
ventana y entró al cuarto de Luchita. La vio sobre la alfombra y
sintió ternura. Dejó el bolso en el banquillo y se agachó para
levantarla y llevarla a la cama. Ella dio un suspiro como queriendo
despertar pero estaba profunda. «Nana, nana, na», le cantaba al
oído para que siguiera durmiendo. De pronto, mientras la estaba
acostando sobre la cama, vio que el short azul que tenía puesto se
le levantó un poco. Sus calzoncitos quedaron al descubierto. Julio
la miró fijamente. Su mirada ya no era de ternura. Luchita seguía
dormida. Julio le dio la espalda y se quedó unos segundos pensativo
mirando a través del vidrio de la ventana. Regresó junto a la cama
de Luchita, deslizó sus dedos anular y corazón sobre el rostro de
la pequeña y la cubrió con la cobija de ositos. Caminó hacia la
salida del cuarto, apagó el bombillo y cerró la puerta. Luchita
despertó. Sentía que le faltaba el aire. Sentía un dolor que no
entendía. La puerta vieja de madera sonó. « ¿Papi?», preguntó
muy asustada. Nadie respondió.
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