El despertar del
Viento
Bajo las blancas
nubes y antes del amanecer, miro con asombro este nuevo mundo que se
pone ante mis ojos. Mi madre, la montaña, me ha enviado a explorar
sus valles, no sin antes pasar a través de sus blancas nieves y
descender hasta sus ríos, caudalosos, llenos de vida y verde,
rápidos y vertiginosos, pero no más que yo. Sigo mi camino y
encuentro una planicie, ya no hay más árboles, solo pequeños
arbustos y llanura, ahora el sol empieza a mostrar todo su esplendor,
y me impulsa a recorrer la pradera que tengo frente a mí, veo una
especie de ríos pero no son ríos, son planos y grises, con líneas
en el medio y a los lados, tal vez estos sean las carreteras que mi
madre la montaña me contó, y también me dijo, “Cuando veas
carreteras muy pronto verás a los humanos…” – ¿los humanos?
Tendré que seguir la carretera y mirar hacia dónde me lleva.
¿Pero qué veo?
¿Parecen hermanos de mi madre la montaña? Uhmmm, no, no lo son, se
ven muy cuadrados, pero igual de altos, y veo más cosas, carreteras
que van por encima de los ríos, tal vez sean los puentes que me
susurró mi hermano el bosque cuando venía en camino, y estos picos
altos y cuadrados, pues, deben ser edificios, construcciones de los
humanos…Ah! ¡Claro! ¡Estoy en una ciudad! Algo me habían
mencionado las golondrinas que viajaban conmigo hacia el sur. Veo a
los tales “humanos”, caminando, corriendo, moviéndose por todas
partes, y también me cuesta un poco respirar, se está agotando mi
oxígeno, y todo se pone muy opaco por acá. Pierdo velocidad, me
cuesta meterme entre tanto obstáculo, las cosas se han puesto grises
(el color del cemento), hay mucho ruido, debo salir de aquí
muy pronto, ¡no soporto toda esta contaminación!
¡Ahhhh! Ya me voy
alejando, de nuevo observo los colores azul y verde frente a mis
ojos, también hace más calor, y se siente un olor salino en el
ambiente, ¿Acaso será…? Sí, eres tú, mi padre el Mar, tan azul
y tan inmenso como me lo habían descrito, ¡Padre ya estoy aquí!
¡Ya llegué! – Hijo mío, ¡qué bueno que llegaste! Ahora, podré
darte la fuerza suficiente para que crezcas y te hagas invencible. –
De pronto, empiezo soplar más fuerte, mi velocidad aumenta, las
aguas de mi padre, que están debajo de mí, se ven agitadas por mi
voluntad, ahora me siento grande y poderoso, y estoy haciendo un
tremendo ruido. – ¡Sí, hijo mío! Ahora ya tienes mi fuerza y la
de mi hermano el sol, y puedes ir a donde quieras, ahora ya puedes
mostrarle a los humanos, el poder de la naturaleza.
Sí, Padre. Iré a
la ciudad, parece que a los “humanos” se les ha olvidado que
comparten este lugar con todos nosotros. De inmediato, reuní todas
mis fuerzas y me dirigí hacia allá, los árboles y las rocas se
levantaban con mi paso, y muchos hermanos animales, se escondían
ante mi paso, sin embargo, allí estaba luchando un pequeño ser,
tratando de mantener sus alas firmes ante mi tremenda fuerza. –
¿Pero cómo? ¿Es acaso una de las pequeñas golondrinas que me
acompañó en mi camino de ida? ¿Eres tú golondrina? – Sí señor
viento, soy yo, la pequeña golondrina. – ¿Y qué quieres
amiguita? Ya estoy a punto de llegar a la ciudad. – Vine a pedirte
que no destruyas a los humanos. – ¿Cómo? ¿Qué no los destruya?
¿Y por qué? –
Porque para la naturaleza valen más las acciones de perdón y
reconciliación que aquellas que llevan venganza y destrucción, por
eso, la hierba crece después del fuego, y la tierra se hace más
fértil después de la erupción de un volcán, y los árboles crecen
más fuertes cuando ha pasado una inundación, solo te pido que les
des una oportunidad. – Está bien golondrina, así lo haré, pero
les voy a dejar un pequeño recordatorio de lo que puede suceder.
“Y es por eso que
en aquella ciudad cada fin de mes ocurre una tormenta con lluvia,
truenos, relámpagos y un fuerte silbido del viento, perpetuando su
despertar”.
PHYLUS
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