AMOR IMPOSIBLE
Siento que la
madrugada se acerca lentamente a nuestro nido de amor y poco a poco
me voy preparando para arrullar tu sueño. Te siento tan cerca de mí,
casi inmóvil y me pregunto: ¿Será que duermes o estarás en
alerta, en uso de toda tu conciencia?
Sé que respiras,
que te mueves, que creces, que sudas, que lloras; pero no logro
verlo. También, tengo la seguridad que tú sientes mi presencia;
pero no sé si me amas tanto como yo a ti.
A veces pienso que
puedo volar muy lejos de ti. Y de hecho, a veces lo hago, pero
siempre regreso con el viento a tus brazos.
¿Te cuento algo?
Apenas me alejo y vuelvo mis ojos hacia ti, te encuentro grande,
potente, casi indestructible y te observo en silencio, casi en un
acto de contemplación y veo como tus grandes pies se afirman en la
tierra dejando tu huella, como si un puñal la atravesara y en vez de
dañarla, la hicieras vivir. Sigo por tu cuerpo que se levanta
erguido, grueso y fuerte. Tu piel que se torna en diferentes tonos de
café, exhibe las huellas de las batallas diarias, de las cuales
avante has salido. Tus enormes brazos que se levantan hacia el cielo,
en los cuales me refugio, le dan la seguridad a mi delicado cuerpo.
Me detengo y pienso de nuevo: ¿Quién cuidará de mí? ¿Quién me
dará protección? ¿Quién me defenderá de la lluvia, de la brisa,
de mis propias indefensiones? Entonces reconozco que me haces mucha
falta, por eso vuelvo pronto hasta ti y te abrazo fuerte. Pero nunca
dices nada.
Al llegar la tarde,
cuando agradezco al día por haber tenido la oportunidad de estar
contigo, mis cantos y mis silbidos te van adormeciendo y vas quedando
inmóvil, en calma, en paz, sin que mis alborotos logren perturbarte.
Yo no sé cuánto
tiempo pueda continuar así contigo. Mi vida seguramente será más
corta que la tuya; pero al menos, he disfrutado cada instante en el
que juntos hemos dado color a nuestras vidas y a la vida sosa de
muchos otros.
En el silencio de
nuestra noche, me acurruco junto a ti lo más que puedo y vuelvo a
pensar ¿Cuánto podré soportar tu indiferencia? La palabra que no
liberas, la aspereza de tu roce, tu pasmosa quietud y hasta la
fortaleza de roble que hay en tu ser.
Me consuelo a mí
mismo diciéndome él es así, aunque otras veces me quejo por mi
terquedad de admirarte más que a mí mismo. Si por fin me decido,
vuelo lejos y desaparezco de tu existencia, ¿Qué harás?
Y con estos
pensamientos vuelvo a dormirme en un pedacito de tus calientes brazos
y de tus largos dedos.
Y en la medida que
esto ocurre, recapacito y digo fuertemente: Que más le puedo pedir a
un árbol, que no puede hablar y sentir como nosotras, las aves!
Comentarios
Publicar un comentario
Tus comentarios enriquecen nuestra Biblioteca ¡Gracias por Visitarnos!