SI
ME LA VUELVO A ENCONTRAR
Ahora
que lo pienso, no sé si la recuerdo más porque me gustaba, o por lo
que un día me dijo; quizá por ambas cosas, pero muy bien la
recuerdo. Creo entonces que, si a pesar del tiempo en que me
dijo lo que me dijo no
la he olvidado, quiere decir que tal vez no la olvide sino hasta
cuando ya no pueda recordar más, es decir, hasta el día en que yo
sea
y
ya no pueda cambiar. La verdad es que no supe y quizá nunca sabré
con qué intención lo hizo, pero aquella vez yo la escuché, no sé
si con desprecio o con la misma intención con que lo dijo, a lo
mejor, eso que dijo se lo perdono porque gracias a ella lo dejé de
hacer.
Entre
esas confusas imágenes que llamamos recuerdos, la veo a ella cuando
estábamos en la escuela Gran Colombia en Palmira, donde estudié la
básica primaria en la agonía del siglo XX. Entonces la veo: Rivas
de primera en la formación tomando distancia; Rivas disciplinada
siempre en las “horas libres”; Rivas, que por sus buenas notas y
su orden, en quinto grado llegó a ser la personera de la escuela;
Rivas allá, inalcanzable en el pasillo recibiendo la mención de
honor, y yo… como un simple espectador mirándola desde el patio;
Rivas huyendo de Paul (uno de sus pretendientes), y yo sin habérselo
dicho nunca.
Catherine
Rivas tenía en ese tiempo, pues no sé de ella desde la graduación
de quinto en el año 2001, el cabello negro y corto, en el justo
medio entre la oreja y los hombros, o tal vez más corto, los ojos
marrón oscuro y la piel morena. Ella andaba siempre junto a Melisa,
una niña que por sus dotes musicales tocaba la organeta en los días
más simpáticos de la escuela: la semana cultural ¿Por qué
simpáticos? Porque no estudiábamos pero aprendíamos más. Esos
días eran algo así como el re-creo extendido que, a pesar de estar
vigilados por la panóptica mirada de la directora, y de tener que
estar obligados a sentarnos en los pasillos del patio donde se
presentaban danzas y obras de teatro, no estábamos enajenados en el
odioso salón donde, hasta un bostezo que dictado por el tirano
sueño, era tan culpable como la indisciplina. Es así como recuerdo
a Catherine, la estudiante más brillante de la escuela, y eso sin
contar con un par de hermanos muy humildes, de los cuales tengo un
recuerdo tan efímero como el día en que pasaron de tercero a cuarto
y de cuarto a quinto.
El
día que Catherine me hizo caer en cuenta que (quizá sin intención),
para bien o para mal, siempre hay alguien que nos está mirando qué
y cómo hacemos algo, estábamos en las dos horas de “educación
física”. Las niñas se divertían, por un lado, saltando lazo o
moviendo la cadera en la competencia tácita de la que más durara
sin dejar car el “Ula Ula”; por otro lado, en la cancha, nosotros
los niños jugando fútbol. Yo, en cambio, más que jugando estaba
cumpliendo cual soldado, con una orden más, pues si no ejecutaba el
precepto del profesor de que “quien no jugara tendría que hacer
física”, es decir, el test
de Cooper y
no sé qué, no me quedaba otro remedio más, que mezclarme entre la
pelotera, en el vaivén tras el balón intentado anotarme un gol
-cosa que nunca pasó.
Al
terminar la clase de “educación física”, Catherine por primera
vez vino hacia mí, yo estaba sudando, con el rostro colorado del
calor, sucio y decepcionado, como siempre, por mi paupérrimo
rendimiento. Caminamos juntos, pues, al salón de clase, y en ese
corto pero eterno trayecto, me dijo: “yo veo que usted en la cancha
corre de aquí para allá y de allá para acá tras la pelota: suda,
se ensucia y todo pero… no hace nada”. Por salud mental no
recuerdo qué le respondí; pero si algún día me la vuelvo a
encontrar, le agradeceré por haberme confirmado, sin que yo se lo
preguntara, que ese juego, el fútbol, no era para mí.
Marck
Palmira, 2017
Querido compañero, lo has entendido todo mal. No se trataba de fútbol, la cuestión trascendente del momento, era que ella te miraba.
ResponderEliminarQuizá sea cierto aquello que dices "la cuestión trascendente (...) era que ella te miraba"; pero lo textual no dice más que "dejó de jugar fútbol", detrás de ello, hay la inocencia de dos niñ@s (ella y él), que se gustan, mas no poseen esa experiencia del "cortejo", están aprendiendo a vivir los sentimientos. Marck.
Eliminar