Suspiro La suave respiración de su amante sobre su cuello le indicó que aquel, a su lado, ya se había quedado dormido. Ella movió su cuerpo suavemente hacia la izquierda, huyendo con toda la prisa posible del abrazo débil del quinto hombre en la semana, con el cual había estado intentando reemplazar al primero de toda su vida. Se sentó sobre el borde de la cama, sintiendo algo en su pecho tan pesado cómo un corazón de plomo. Se tomó el cabello entre las manos, atándolo rápidamente en una coleta, dejando que una única lágrima resbalara por su mejilla izquierda. Finalmente, se levantó del lecho, tomó sus prendas, se vistió con suma rapidez y escapó, algo culpable, algo avergonzada, un poco más rota. No se detuvo a pensar en el desorden de sí misma, o en la notable rasgadura a la altura de sus muslos de sus medias veladas negras. Aseguró en la recepción que el chico se haría cargo de la exorbitante cuenta del restaurante y la habitación del lujoso...