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Concurso cuento corto: IL MIO SOGNO


IL MIO SOGNO

Caminaba perdido en medio de la calle adoquinada, una fría atmósfera cubría el paisaje andino. Arduamente encontré un expendio de arte y entré por la puerta a la galería, esperando encontrar allí una fantástica obra del maestro Picasso, una irreverente escultura de Miguel Ángel o una alucinógena pintura al óleo de Van Gogh (suponiendo que una muestra de talento así se encuentre atrapada, al igual que yo, en esta triste y olvidada ciudad al borde de un colapso térmico).

Una dócil mujer se acercó y preguntó si podía ayudarme en algo. Intentó entonces mi oscura mente, con el rostro de la mujer y su tono de voz, buscar algún patrón reconocible, pero fue en vano. La mujer, sin respuesta de mi parte, se apartó de mi campo visual y puso al descubierto una mágica y sombría visión; un chico que cubría su exquisito torso con lana suave y delgada, que cubría también sus hermosas, delicadas, suaves y blanquecinas piernas con un delgado y ajustado pantalón negro a su perfecta silueta. El pálido color de las paredes de la galería hacía que su presencia brotara de entre todas las maravillas plasmadas en los lienzos.

Busqué con mi mirada que su siniestro mirar se posara en mí, entonces me disparó con su fría e intensa pupila. Le miré, me miró, nos miramos apasionados. El apuesto chico caminó muy pausado hacia mí, yo le imité y me dirigí hacia él. Mis sentidos estaban embebidos en la presencia del joven, yo estaba ahogado en un profundo mar de recuerdos con él.

Adelantándose a todo lo que pude haber hecho yo con la emoción de tocarle nuevamente, extendió cortés y tranquilamente su pequeña y delicada manecita, saludando. Tratando de disimular, ocultó su maquiavélica sonrisa con sus brillantes e hipócritas labios color rosa. y sin que él lo esperase, me lancé hacia su pecho, tratando de alcanzar su alma con mis brazos, tratando de abrazar sus labios con mis labios. Pero cuando me di cuenta de lo que estúpidamente había hecho, ya era tarde; las personas presentes en la galería nos veían.

Quise llorar porque pensé que se alejaría para siempre de mí (no soportaría ese calvario, moriría por mis medios para esperar en el limbo por la llegada de su maldita alma). Pero no sucedió así; la gente nos miró con una sonrisa que yo conocía bien: su sonrisa; una sonrisa hipócrita. Incluso escuché algunos aplausos retumbar en la galería.

Al finalizar todo el momento que duró mi significativo acto de rencuentro, dijo algo que me partió en mil pedacitos el agonizante corazón: “¿Lo tomaste ya?”. Ésas palabras dolieron como un corte de papel. Fue por esta razón que decidí no llorar ahí, sino llorar después de la amarga despedida. Fue ahí cuando comprendí que él no era más que otro mugriento humano que gustaba de flagelar mi complicada existencia.

Me desprendí asustado de su ser, mientras lo miraba con asco y desprecio. Decidí alejarme de él, queriendo que acabe nuevamente el día o que se consuma mi ser en ese momento.
 
Un sonido retumbó fuerte en mis tímpanos, haciendo que abriera mis ojos de golpe; era un ave que golpeaba mi ventana. Me levanté de la cama pensando, odiando y agradeciendo al verdugo de mi sueño. Y desperté, desperté del que había sido un sueño feliz, un sueño triste, un sueño que me hizo sentir un millar de emociones, recordar un billón de momentos y que me brindó un descanso indispensable, que necesitaba para seguir con la insípida vida que he forjado y continuar con el diario sufrir de este interminable camino que debo soportar hasta llegar a la estación y allí esperar al último tren que me ha de llevar solo hasta el sol ardiente en el ocaso.

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