Han pasado bastante tiempo desde que dejamos de intercambiar palabras. Día tras día reviso mi bandeja de entrada, esperando encontrar tu nombre en algún mensaje, correo o aviso. Solo anhelo una señal que me diga que estás bien y que aún piensas en mí. Los días, las semanas y los meses pasan sin novedad. Aún no hay nada. Me recuesto en mi cama, observo el techo de color blanco hueso y cierro los ojos. Recuerdo cuando solo éramos tú y yo: tus mensajes de buenos días cada mañana sin falta, mis mensajes de buenas noches a medianoche en mis noches de insomnio, las cálidas tardes de juegos variados y las preguntas incesantes que demostraban tu interés y preocupación. Era una época feliz, una época en la que yo también era feliz. Estoy entrando en pánico. Ahora los recuerdos de ti tienen un horario. Me torturan cuando el sol se oculta y no encuentro consuelo en las cosas que solían apasionarme. Nada ni nadie puede ayudarme. Atormentada, recurro a nuestro antiguo ...