Han pasado bastante tiempo desde que dejamos de intercambiar
palabras. Día tras día reviso
mi bandeja de entrada, esperando encontrar tu nombre en
algún mensaje, correo o aviso. Solo
anhelo una señal que me diga que estás bien y que aún
piensas en mí.
Los días, las semanas y los meses pasan sin novedad. Aún no
hay nada. Me recuesto en mi
cama, observo el techo de color blanco hueso y cierro los
ojos. Recuerdo cuando solo éramos
tú y yo: tus mensajes de buenos días cada mañana sin falta,
mis mensajes de buenas noches a
medianoche en mis noches de insomnio, las cálidas tardes de
juegos variados y las preguntas
incesantes que demostraban tu interés y preocupación. Era
una época feliz, una época en la
que yo también era feliz.
Estoy entrando en pánico. Ahora los recuerdos de ti tienen
un horario. Me torturan cuando el
sol se oculta y no encuentro consuelo en las cosas que
solían apasionarme. Nada ni nadie
puede ayudarme. Atormentada, recurro a nuestro antiguo chat,
el cual alberga todos los
sentimientos que teníamos en aquel entonces. Esos hermosos
sentimientos que solían hacerme
sonreír. Sin embargo, ahora solo me traen melancolía y
tristeza. Busco arriba y abajo entre
tantos mensajes y encuentro información que me diste,
información valiosa que compartiste
conmigo cuando confiabas en mí. Al recordar esos detalles,
cierro mis ojos llenos de lágrimas,
decidida a idear un plan para solucionarlo todo y
recuperarte, para tenerte nuevamente en mis
brazos y recuperar tu corazón.
No sé qué hago aquí. Observo mi entorno, buscando encontrar
fuerzas en algún lugar, pero el
bullicio de la gente apresurada pasando a mi alrededor, el
ruido de los motores de los aviones
despegando y los monitores que anuncian que mi vuelo sale en
una hora no me están
ayudando. Observo mi maleta con inquietud, preguntándome si
he empacado todo lo necesario
para este viaje tan inesperado. Nerviosa, saco mi teléfono
y, al encenderlo, me encuentro de
golpe con tu foto, mirándome con esos ojos hermosos. Ojos
que solían ser míos pero que
ahora tal vez miran a alguien más. Estoy decidida a
recuperarlos.
El viaje fue largo y mentalmente agotador, pero finalmente
llegué a tu ciudad. A la salida del
aeropuerto, saco mi teléfono y me dirijo directamente a ese
mensaje, el mensaje que contiene
tu dirección, aquel que me enviaste cuando hablábamos sobre
un futuro juntos y conocer a tus
padres. Sin pensarlo dos veces, me subo a un taxi, le doy la
dirección y nos ponemos en
marcha.
Llego al lugar y observo los alrededores, es exactamente
como en las fotos que me enviaste.
No me cuesta encontrar tu casa, ya que la conozco tanto por
dentro como por fuera gracias a
las videollamadas que solíamos hacer. Me paro frente a tu
puerta y saco mi pequeño puñal del
equipaje, decidida a recuperar lo que es mío.
Estoy tocando la puerta.
¿Por qué no me abres?
¿Quieres dejar de leer y salir a verme?
Por favor, no te asustes...
¡Solo ábreme y volvamos a ser felices juntos!
Solo deseo tener tus ojos y tu corazón de vuelta...
Te prometo que todo volverá a ser como antes.
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