LA ARAÑA QUE NO
SABÍA TEJER LA TELARAÑA
“Un montón de
circunstancias, me presionaron a elegir; cuenta me di entonces que
empezaba a vivir”
Cuentan los insectos que hace tiempo vivió una araña que dizque no
sabía tejer su telaraña, porque según era muy testaruda, le decían
“la araña sorda” a pesar de que oía, pero no escuchaba. Que
era tan flaca como un asterisco puesto que llevaba una obligatoria
dieta en lugares con muy pocos insectos de su gusto. Las arañas
viejas, los caracoles, los gusanos, las grandes hormigas, intentaban
aconsejarla de que buscara un lugar digno de su especie para llevar
la dieta que se merecen las buenas arañas y sobre todo que aprender
a tejer; pero ésta se negaba a escuchar y presuntuosamente les
contestaba: “¿Qué van a saber ustedes de cómo tiene que vivir
una araña como yo? ¿Acaso ignoran que la naturaleza me ha dotado
con el instinto de cazadora?”, al parecer, era ella que no
comprendía quién ignoraba tal asunto. Es tanto, que una vez un
cucarachero que la divisó muy cerca se apiadó de ella y en vez de
comerla, también le aconsejó; pero como siempre ella, orgullosa y
sin temor a ser comida, dio la vuelta, se alejó refunfuñando y
hasta criticando de cuanto insecto, pájaro y paisaje había.
Vivía solitaria y de vez en cuando se encontraba con un silencio
aciago que la obligaba a meditar sobre lo que no podía ser y que le
impedía ser feliz. “¿Por qué no tengo amigos?”, se preguntaba
“¿Por qué si soy tan normal como todos?”. Sin embargo, esas
preguntas eran tiempo perdido, ya que rehuía con el dormir el
ponerse a pensar. No quería ver que la respuesta a sus preguntas
estaba frente a sus ojos y que sólo aprendiendo a escuchar y
escucharse, entendería la dinámica de las relaciones sociales y su
conocimiento interior.
Dicen también que había un par de grillos bufones que la seguían y
le grillaban sátiras, algunos relatan que esto decían:
-“No hay arácnido más ciego que con tantos ojos no puede ver…”
A lo que respondía su compañero:
-“No hay desgracia más grande, que tener casa en el vientre y no
saber tejer”.
Al escuchar esto –porque esto si lo escuchaba- la araña sentía
ira, pero para no demostrar importancia, balbuceante decía: “Jamás
me he sentido a gusto en una telaraña”; a lo que en coro los
grillos respondían:
- “A las pocas que ha subido ¡Cómo estar a gusto? ¡Si no las ha
tejido, pues son las del vecino!”.
Cuando no aguantaba las bufonadas –frecuentemente sucedía- se
alejaba muy rápido y se escondía debajo de las piedras, creyendo
así que ya no escucharía más. Lo que ignoraba era que los grillos
se callaban porque habían conseguido lo que querían.
Un día, la flaca araña sintió padecer un leve desmayo a causa de
que hacía tiempo no probaba bocado, sabía que si así seguía,
podría morir de hambre. En consecuencia y moribunda se dio cuenta
que por más que durmiera y se alejara rápido de los bufones, no
podría escapar de ella misma y la realidad; que si no había comido
era porque ¡no sabía tejer! Así que intento escucharse y… lo
hizo. Emprendió un arduo camino, dejó a un lado su orgullo de
sabionda y aceptó que no sabía nada, fue un duro golpe a su
egocentrismo y un paso pequeño para forjarse un carácter sin
petulancia, sin embargo, aquel descubrimiento alimentó su ser mas no
su estómago, de manera que abrió los ocho ojos por primera vez y
fue en busca del buen consejo, por suerte, se encontró con una
experimentada araña a quien todos hacían reverencia por su
prudencia y le aconsejó sin mezquindad.
Con el tiempo, nuestra araña aprendió a tejer, degustó y conoció
del buen bocado, emprendió una vida moralmente tranquila, sin
fantasmas y sobre todo, encontrando lo mejor que nos brinda el
entendimiento cuando aprendemos a escuchar.
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Palmira, 2013
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