Con
las gotas del sol caminaba, buscaba donde recostar mis pesares porque ya estaba
cansado de cargarlos en una bolsa. Doña Luz se alcanzó a mudar hace un par de
semanas, encontré el aviso cuando no sabía dónde sobrevivir en la noche, la única
pieza estaba a la orden del que pudiera rentarla para reemplazar la vacante del
dolor disponible. Era uno de esos lugares que se encuentra en la semántica con
una descripción de extracción humilde, solo pobres juntos que sobrecargan su
vivir en la miseria. Desde la entrada se veía un corredor sin final, con
eternas puertas que llevan a rincones de recuerdos basados en historias
tristes, siempre tristes.
Luego
de una semana instalado estalló la pandemia del cansancio y dolor mental; dos
días de incertidumbre, tres días de penumbra, cinco días de resistencia, otros
cinco de costumbre, una quincena de aislamiento prolongada en la eternidad. En
estas cuatro paredes ya no hay Esperanza y tampoco en el resto de la casa, ella
ya no nos acompaña, cogió sus chiros y se largó, no aguantó la oscuridad que en
la ausencia de su amada había dejado en su morada.
Un
encierro ineludible para escuchar mi respiración detrás de aquella puerta que
no quiero abrir, para mantener el lenguaje de un código cifrado que he
inventado para no enloquecer. Esta casa no va a mantenerse, los cuartos
atiborrados del sexo opuesto que no acaban de conformarse ya no esperan
mantener las necesidades de cada quién. Qué digo cuarto, son piezas con una
cama, un depósito que tiene la ventaja de ser la única salida y cuatro rincones
sucios.
La
señora Soledad difundía sus palabras en cada espacio de esta construcción de
bahareque, sus conversaciones se escuchaban en todas las paredes que
demostraban un ansia y una vocación de juventud, sus 93 años le impedían
ejercer debido a que ya los contados latidos le consumían su respiro. Se le
escuchaba preguntar constantemente sobre su retiro en el baúl eterno, el cual solo
mantendría recuerdos, porque su alma ya dejó de ser de este mundo hace mucho,
decía que a la vida le cogió la tarde para liquidar sus cuentas.
El
suelo de este terreno siempre mantiene en movimiento, el ruido siempre hacía
más eco que cualquier cosa, aún más cuando viene cargado de emociones húmedas.
Hoy se escuchaban lamentos en lo lejano porque parece que alguien perdió a su
vida, Consuelo agregaba el prefijo des a su nombre; el Dr. Jaramillo ha partido
a un dizque mejor lugar. Su vida había muerto y quedó con el amor que solo ella
sostenía desde que el viudo dejó de buscarla como amante, ya que no quería a
sus amores perros desde que murió su mujer.
En
esta casa solo habitaban mujeres, siempre las más vulnerables, siempre las que
más sufrían. Me acongojan los recuerdos en voz alta de los demás, me refugio en
pocos metros y mi alma se calla. Cuando abra la puerta y pueda salir no quiero
recordar el suplicio de este desdén comunitario que sucumbe mi razón. Es de
noche y ya nadie llora, acaricio el cuchillo, pero solo puedo
escribir, ¿quizás tengo la cara mojada? Uno llora, pero la pena nunca se
estanca, este espacio no parece tan pequeño para que el pensamiento se inunde y
se ahogue. Como en un hotel de putas mis sentimientos conviven en el inquilinato
del diablo y como único huésped ya no quiero respirar el aire de este mundo.
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