En sus días de perdición, José Antonio ejercía su carrera como arqueólogo, exploraba incrédulo
la ciudad bendita de Jerusalén, se había corrido la voz del descubrimiento de unos
artilugios “sagrados”
que habían sido bendecidos por los
mismísimos apóstoles
y, por ende, poseían un poder sobrenatural, o al menos eso
decían los vendedores ambulantes en el bazar.
—¿Podría dejarme en paz? ya le dije que no
estoy interesado en comprar su soga—replicó José Antonio por segunda vez al
vendedor andrajoso que seguía insistiendo con su sonrisa a medio acabar, pues
en su mueca solo se asomaban 4 colmillos.
El vendedor en un último intento para no
dejar escapar a su cliente, le puso a José una soga enredándola en su cuello;
todos en el bazar voltearon a ver la escena, pero en vez de presenciar una
pelea, lo que presenciaron fue un gozo. José empezó a llorar de la alegría y a
arrodillarse gritando “¡Él está aquí para quitar el mal y recompensar a los que
han sufrido, el está aquí para devolvernos las riquezas que se nos han quitado!”.
Pero tan pronto José se descuidó, el vendedor volvió a quitarle la soga.
—Si quiere la soga, tiene que pagar el
precio, pero usted es el elegido para esta misión especial, asi que se la
ofrezco a un precio especial.
—Le doy lo que quiera, con esta soga, yo
podría ayudar a muchas personas de buena honra.
—Lo sé, la soga siempre les muestra las
buenas nuevas a los elegidos, el precio es llevar con orgullo la marca del
elegido, deme su mano por favor.
José tendió su mano derecha abriendo la palma,
y entonces el vendedor con unas uñas largas y amarillas, le dibujo 10 rayas y
un circulo alrededor.
Desde ese día, la vida de José cambio para
dedicarse a enderezar la vida de hombres de buena fe, abrió una pequeña iglesia
en su ciudad natal, ciudad de México. Su iglesia estaba abierta para cualquier
hombre que quisiera cambiar su vida, pero dispuesto a aceptar un juicio
supremo, el juicio de la soga, una ceremonia que se hacia mensualmente con
todos los hermanos de la iglesia, donde se ponían la soga al cuello y esta veía
dentro de sus corazones, lo que han hecho, y lo que van a hacer.
—Por favor Emily, pase y repose sobre el
poste de la verdad, para que se le revele el camino— ordenó José Antonio a una
de sus nuevas discípulas, su propia hija, que, de buena voluntad, acepto
asistir a la ceremonia, pues de lo contrario, su familia dejaría de hablarle y
la despojaría de todo apoyo.
Emily camino hacia su juicio, con todos
los demás hermanos mirándola con cariño, su padre orgulloso de que, por fin, su
hija abandonara su vida pecadora y se uniera al único camino que existe para
llegar a la perfección. Se puso la soga al cuello y esta comenzó a apretarle.
—¡Comparte con tus hermanos las
revelaciones que te otorga la soga, eres sangre de mi sangre, la sangre del
elegido! —exclamo José con todos los hermanos aplaudiendo frenéticamente.
Pero la juzgada no respondió nada, solo
seguía colgada de la soga, sin ninguna revelación, balanceándose al este,
oeste, norte, sur.
José Antonio miro su mano, todas las rayas
que el vendedor le había dibujado habían desaparecido, siempre desaparecían
cuando la soga se llevaba la vida de uno de sus discípulos, y Emily era la
decima en ser llevada. En la iglesia de José la muerte era normal, pues
significaba que el alma del juzgado era insalvable, asi que, para darle una
nueva oportunidad, se le reencarnaba en otra vida.
El circulo que José tenia en la mano
empezó a arder, y de este, salió el vendedor con 10 cuernos en la cabeza,
agradeciéndole a José y a toda la iglesia, por haberlo ayudado a subir de rango
en su carrera de demonio.
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