Cuento
para leer en clase
Salvatore
no había tenido un buen año. Aunque el sol disminuía su asedio,
hacía un bochorno tremendo en ese salón oscuro. Las ventanas
estaban abiertas y los ventiladores a toda marcha intentando mitigar
el calor. Faltaba una hora más o menos para que acabara la clase.
Larrahondo
los puso a escribir un cuento en el tiempo que quedaba, algunos
incluso alcanzarían a leerlo. Máximo una cuartilla.
—Tiempo,
jóvenes. A ver, que salga el italiano—dijo Larrahondo simulando
estudiar la lista.
Salvatore
salió al frente. Arrancó la hoja del cuaderno con violencia. Todos
murmuraron y rieron cuando leyó el título: Cuento para leer en
clase. Larrahondo también desconfió del título y lo juzgó
escuelero. Salvatore se aclaró la voz con un sonoro carraspeo e
inició la lectura.
—Procuro
siempre entrar primero al salón de clase para tomar el puesto más
cercano a la puerta—aquí hizo contacto visual con sus compañeros
y miró de soslayo la salida cerrada a su izquierda—. A veces ese
puesto está en la primera fila, a veces en la última. El estudiante
promedio, el mediocre, pensará que lo hago para escapar rápido, sin
mucho aspaviento, si la clase se pone aburrida y cuesta arriba,
cuando ya la cabeza no hace caso y los ojos se cierran tercamente.
Los escatológicos dirán que padezco algún problema de esfínteres
y no está de más disminuir lo máximo posible el recorrido hacia el
baño. Si la primera fila es la que está más cerca de la puerta,
los aduladores y los que usan gafas afirmarán que es para estar más
cerca del profesor y del tablero. Tal vez tengan razón respecto a
otros estudiantes que siempre eligen ese puesto. Conmigo se
equivocan.
Algunos
se acomodaron en sus asientos y torcieron el gesto.
—Por
ejemplo, si yo fuera un asesino y quisiera perpetrar una masacre,
haría lo siguiente—hizo un paneo de nuevo al auditorio—:
Entraría al salón y me pararía en frente de todos. Los
entretendría dándoles alguna información importante o leyéndoles
un cuento. Cuando todos estén bien atentos, si es que nadie ha
corrido todavía, porque entonces se me daña el cuento, tomaría el
arma que llevo en mi espalda. Dispararía primero al profesor
mientras sigo leyendo. Luego abriría fuego contra los de la primera
fila, por serviles y lambones. Finalmente las balas seguirían
trayectorias aleatorias para hacer más bello el caos. Por eso
prefiero sentarme lo más cerca posible de la puerta.
No
hubo aplausos. De afuera alcanzaba a llegar el rumor de las hojas
secas arrastradas por la brisa.
BOBBY
LOTUS
Bueno
ResponderEliminarMe gustó bastante
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