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Tercer Concurso de Cuento Corto: INTRUSO



INTRUSO

Un olor aletargante se colaba e inundaba el aire de toda mi casa. Era el romero ―me dije. Entreví por mi ventana que daba hacia afuera de la casa y lo vi a él, con sus dedos desollaba una a una las hojas del romero.

Me la vas a secar―dije.

No seas tonto, ábreme la puerta―dijo el intruso.

Salí de mi cuarto, el olor me parecía extravagante. Abrí la puerta y era él nuevamente. Me dio un beso en la frente –de esos que no se pueden esquivar-

  • ¿Estás solo? ―preguntó. ―Sí, mamá está por llegar. ―Seré rápido entonces.

Entró a mi cuarto. El intruso ingresó a mi fortaleza, a mi guarida, a mi corazón, a mi alma. Oía cómo se desnudaba ante mí, el escándalo de sus ropas caídas, la correa, las llaves, las monedas. Frente a mí su piel marmolina, tersa, suave y blanquísima. Me extasiaba. Estaba oloroso a romero. Tomó su mano inexperta y la pasó sobre mi cara. Me envolvía. Sus dedos tocaron más allá de mi sonrisa: mis sentimientos.

Haz lo que sabes hacer―me dijo, no quiero que tu madre me vea así. Recuerda lo que sucedió cuando mentiste y luego me escondiste debajo de tu cama. Vamos nene.

Yo solo me dejé ir en el caudal de su cuerpo: un río incontrolable, todo un frenesí: Jadeos incontrolables, sudor, manías, cuerpos desnudos, gemidos. Lo monté y cabalgue a la luna que parecía un arco boca-abajo, un arco luminoso. La toqué. Era muy fría. Volvía a caer entonces en su cuerpo, al del intruso: un sol ardiente que me quemaba, ardía, me quite inmediatamente.

Siempre me haces daño―le dije ¿Qué pasará cuando tu calor atraviese mi corazón y mi alma? ¿Acaso podré soportarte? ¿Crees que puedo continuar con el enorme peso de tu recuerdo? No. A todo respondo que no. Bueno, sólo a la última, porque si tu calor me atraviesa, moriré o viviré, no lo sé realmente. Te he soportado un año, no sé si pueda más o si ya me puedes.

No me amas con el corazón, eso es lo que pasa― dijo subiéndose su ropa interior y acomodando la camisa y su pantalón. Solo me amas con tu cuerpo. Ese es tu problema.

Me matas―le digo.

Y tú a mí―lo dijo con su sonrisa más picara, como cuando alguien roba algo. Él ya tenía mi alma en su mano, y mis besos y saliva en su cuerpo. El intruso me había robado, había robado todo mi interior como cada semana. (Se abotonaba la camisa)

En la puerta principal ya introducían una llave, era mi madre.

Tenemos visita―me dijo, vístete.

Agarre lo que pude y Salí a saludarle. ― ¿qué sucede con mi romero? ―dijo mamá. Ah, eres tú el que huele a rama estrujada hijo y que estrujado estás. Hueles a ti.

Debo irme―dijo el intruso, siempre es un placer verla señora― le dijo a mamá.

Ni me viste a los ojos―le dijo mamá, ¿acaso te robaste algo?

No mamá. Yo le robé su ser. Su presencia está conmigo, su cuerpo se ha ido.

¿Volverá?

De seguro. Cada semana. Él sigue siendo el mismo―le dije.






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