Cuarto concurso de cuento corto: El Hombre de la Montaña



El Hombre de la Montaña

 W. Hepburn 

Sentado en una banca de madera clavada en la falda de la montaña, yacía perdida su vista hacia un abismo bajo el cielo borroscoso. En sus ojos no lucía un brillo esplendoroso, contemplaba pálido el horizonte sombríamente hipnotizado en su plano montañoso de extensión eternal, y ungido por la pesada nubosidad era bañado de diminutos copos. 

 A su norte, a tan solo unos pasos, se posaba una roca aplanada escondida entre la nieve donde las ardillas se asomaban diminutas ante tal elevación; mientras que, a sus espaldas, se cruzaba una senda marcada por las huellas de los carruajes y el galopar de los caballos. Por este camino, alguien llegó.

 - ¡Pero qué estremecedora sensación! -exclamó el hombre al asomarse por la carretera. Se dio vuelta creyendo estar solo y descubrió un sujeto sobre la montaña. Poco sorprendido por su presencia, no le prestó mayor cuidado y metió sus manos en los bolsillos de la chaqueta. 

 El intruso por su parte, se disculpó y le preguntó sobre el nombre de aquel lugar; sin más, tuvo como respuesta un encoger de hombros de quien quiso disimular no fijarse en él cuando tomando entre sus manos con estremecimiento en los huesos, sonreía al jugar con la suave masa de la extensa alfombra blanca.

 - ¿Invierno? -susurró - ¡Invierno! -gritó como un descubrimiento mayor aquel visitante. 

 - ¡Invierno! -repitió exaltado por la palabra jamás oída. 

Su sonido le pareció un insulto. 

 -He cruzado montes y valles, visto las hojas secas en los prados y los jardines renacer en majestuosas formas, olores y colores; pero esto, ¡esta tierra de invierno!, por fin he hallado lo más esplendoroso. Es maravillosamente bello – mencionaba a la par que tiritaba con el resplandor que le había invadido al tener una bola de nieve cuidadosamente entre su mano. 

-Esto es deprimente -murmuró con desinterés el hombre de la montaña luego de un paneo a su alrededor - ¿De dónde eres extraño? -le preguntó con tono despectivo.

-De un paraíso -aseguró. 

 Es un estafador pensó, es otro día como los anteriores. Además, nunca nadie nombró algo así en esas tierras, siempre se preguntó por qué tanta opacidad y siempre encontró respuesta en que era: el clima. Se cuestionó, y al interior de las rígidas puertas de su corazón creyó ser un cobarde por llegar a negar que tal avistamiento podría ser la locura que lo impulsaría a ser llevado por los sitios que el extranjero había descrito. 

 - ¿Por qué lo dices?

 - ¿El paraíso?, pero si vives en una parte.

 - ¿Hablas con la verdad?

-No soy una epifanía, pero algo sí sé y sabre que existe un lugar donde reina el equilibrio, solo debo buscarlo. ¿Has visto salir alguna vez la gran estrella? 

 En su rostro taciturno, la penumbra le lleno de intriga. Jamás había experimentado tal aferro a su banca, y, desde la lejanía, se dispuso a escuchar una voz que hizo eco en el vacío helado de las montañas. Entonces, la luz se reveló ante sus ojos, vio salir de entre los montes una bola ardiente, su mirada destellaba y la cubrió de un manto que quema con dulzura. Vio los picos de las más elevadas montañas, escuchó el despejar de las nubes y vio posarse a la gran luminaria en el cielo, al gran sol, ese que con fuerza nombraba el hombre del sombrero de paja cuando le pintó el paisaje ardiente como el fuego en las mañanas con su pasional relato. 

-Es mágico, ¿no lo crees? - terminó escuchando. 

 El hombre pasmado por la sensación, con un frío soplo retornó a su realidad. Tenía sus ojos abiertos como si renaciera, espeluznado y con aire de temor fantasioso miró desde su lugar a los ojos del viajero. 

- ¿Te atreverías a ver por ti mismo una puesta de sol?, tan solo por un minuto -replicó y vio el movimiento nervioso de afirmación en su receptor. Tomando sus cosas el extranjero se echó la maleta al hombro nuevamente y dijo -Levántate de esa banca y ven conmigo viajero -fueron las palabras precursoras al brillo que brotó en los ojos del hombre de la montaña. 

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