FUEGO EN LA OSCURIDAD
Nace
una esfera en llamas, rodea lo poco que existe. En un solitario rincón, allá
donde el mundo es triste, un pequeño niño de la fecunda carne surge, como
tumor, como adefesio de la incertidumbre. El llanto y el dolor son melodía que
se repite. Sus ojos son grises, su llanto parece interminable, a través de una
ventana la luz se difumina ¡Cristal de engaño! ¡Adultero reflejo de la mentira!
Una madre en sus brazos carga a su recién nacido, como a un tesoro lo
resguarda, como a una guerra lo ama, este bebé grita en su desesperación, pero
a falta de dientes, mueve sus manos como garras, trata de arañar lo poco que
posee. Líquido escarlata y resplandeciente de la vida sigue saliendo de las
entrañas de la madre, como la muerte mancha las sabanas.
Entre
cobijas el niño duerme, entre cansadas pero cálidas manos se cree seguro, el
aire sale de sus pequeños pulmones, como un diminuto fruto rojo en su pecho, un
corazón late. Él en su inconsciente sueño, en su ignorante estado todavía no ve
su existencia como un engaño. Abre sus ojos y siente algo nuevo, un vacío en su
estómago, todavía en las manos de su diosa siente su pecho suave. Instintivamente
come, come de la leche blanca, del manjar que mamá da como bebida mítica, su
madre con sus largos brazos, con sus dedos llenos de sangre, lo lleva hacia su
rostro, mira sus recién nacidos labios, sus delgados parpados, pequeños ojos
como soles nacientes, sus pequeñas manos son retazos, es lo que quedó de una
noche de amor a escondidas.
Su
hermosa madre con ojos bestiales cuida a su cría, una hermosa sonrisa que si la
viéramos lloraríamos, como el amor que nunca fue correspondido, y sin aviso,
sin previa palabra o verso amoroso, el niño cae, su cuerpo chocó sobre el frío
y desolado suelo que no invita a nada, ni a desfallecer, este infante ante el
golpe queda sobre un trapo usado, sucio y maltratado, sus pies rotos, sus dedos
destrozados, ante en el impacto rodó varias veces quedando casi bajo la cama,
él sus ojos no abría, pues tenía miedo, no quería ver aquel oscuro rincón de la
habitación casi deshabitada.
Pero
escuchó un chillido que provenía de las tinieblas de donde no podía ver, sus
ojos adornados por largas pestañas se vieron reflejados en unas negras pupilas,
un pequeño rayo de luz escasamente lograba pasar por la ventana, este daba
debajo de la cama, el recién nacido veía una extraña criatura para él, un
cuerpo con 4 patas, una larga y esponjosa cola que parecía barrer el piso. Veía
un pelaje negro como el llanto del poeta, era tan sedoso que parecía un ser de
una fábula, de un cuento infantil ¡Es el misterio de las sombras!
Bigotes
que como sondas le advertían a la criatura qué era lo que estaba cerca, el
infante ante el miedo de lo desconocido comenzó de nuevo el llanto incesante y
así esta amalgama oscura que se acercaba por fin estaba encima del pequeño, lo
observó detalladamente, acerco su boca, lo olió como si fuese un perro, con sus
dientes cogió el trapo donde reposaba el niño. Con fuerza lo alejó de debajo de
la cama, lo miró como lloraba, con su lengua rasposa trató de limpiar las
lágrimas de la blanca piel, pasando sus pequeñas patas por el virgen cuerpo
trato de calmarlo, pero esto no fue solución, el niño ya llevaba varias horas
lejos de su madre. Entonces ese animal se fue, pero pasadas unas horas trajo
consigo una presa para el pequeño, tampoco esto fue suficiente.
Ante
el niño esta extraña criatura cambio de forma, ahora con brazos y piernas,
sujeto al infante del tobillo, lo miró moviendo su cabeza, con sus dos manos,
lo trajo a su pecho, él también lloró como el pequeño, pero supo cuál era su
destino, así que lo acercó de nuevo hacia su madre que estaba extendida sobre
la cama, el niño se durmió cerca de ella, pero algo no era igual, la piel
estaba fría ¡La madre no se movía! ¿Madre por qué lo abandonaste?
Prometeo
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