La
lluvia que suena tan fuerte contra las hojalatas que cubren la casa,
me arrulla. Es uno de esos despertares de un parpadeo. Me levanto y
dos mexicanos han llegado a la casa, tomando café se pasean
alegremente por la sala y la cocina presumiendo de sus logros
artísticos y algunas de sus más memorables complicaciones y retos
laborales, asumo que trabajan con video, seguramente piensan hacer un
documental con alguna de las veintitantas etnias en específico o de
la comunidad en general, no tengo idea, tampoco pregunto.
Después
del desayuno salimos a dar el clásico recorrido por Mitú; vas de
una esquina a la otra de la ciudad siguiendo el río hasta los
límites de la misma, regresas bordeando una de las pistas de
aterrizaje más complejas en Colombia. Recorrer el circuito de la
ciudad puede tomarte una hora u hora y media dependiendo de cuántas
paradas requiera la conversación y la observación del paisaje
amazónico. A los treinta o cuarenta minutos de salir, cuando la
geografía empieza a cambiar, donde hay más casas que antes cuando
aparecen las lomas y las tiendas me doy cuenta que ese no es Mitú,
es una ladera de Bogotá en donde no estoy y que he visto en noticias
o en documentales.
Entonces
recuerdo que no recuerdo a los visitantes que tan cordialmente y con
emoción nos han narrado sus aventuras, es más alguno de ellos es
idéntico a un artista visual de Cali quien llevaba un espacio de
encuentro para artistas, con exposiciones, conversatorios y demás.
Por sus bigotes era conocido como “Tequila” pero no es este, este
es otro, otro igual, tiene acento de Jalisco aunque asegurara ser del
D.F.
A
medida que los mexicanos y mis compañeros van subiendo por las
empinadas laderas y los niños cuyas caras van perdiendo sus rasgos
nativos y comienzan a aparecer con sacos de lana, empiezo a pensar
que esto es un sueño. El cambio radical de clima es una de las
pistas más claras, me impongo un reto recordando una película de
Freddy Krueger donde la protagonista resuelve que la única manera de
vencer al chamuscado villano es trayéndolo a la realidad donde es
más propenso a ser derrotado.
“Voy
a llevar esta piedra si sigo con ella es un sueño”, pero y ¿si
despierto y la saco a mi realidad? Dejo que mis compañeros se
adelanten y empiezo a buscar una piedra que me guste como una forma
de darle ese significado que intentamos brindar a las cosas fútiles
haciéndolas únicas e irrepetibles. Los realizadores de video están
felices viendo las pobres estructuras que caracterizan estas lomas de
casi hacinamiento y que les ofrecen tantas posibilidades de retratar…
lo que sea, en este momento ya no les presto atención enfocado en
buscar una piedra representativa de esta posible aventura onírica,
la encuentro, es rojiza, de un rojo sutilmente diferente a la tierra
donde caminamos y es diferente de las demás piedras en su
irregularidad casi piramidal, las demás tienen tonos grises y
negruzcos, también hay piedras blancas de rio.
Alejo
mi vista de mis compañeros, agarro mi piedra fuertemente y la llevo
al bolsillo, sigo en bermudas y chancletas tres mil seiscientos
metros más cerca de las estrellas. Me concentro y despierto en mi
cama, en Mitú, continúa lloviendo de la manera en que la selva se
aclimata y se refresca pero es la tarde, entre las cuatro y las
cinco, solo duermo a esas horas los domingos después de una semana
de talleres desde las 7 de la mañana hasta las 6 de la tarde, me
siento en la cama, recuerdo mi plan y busco la piedra, la puse en mi
bolsillo, busco mis bermudas son de otro color, la configuración de
mi habitación es algo diferente pues la malla que sirve de pared no
está tan cerca y no tiene ese pequeño estante donde he puesto la
piedra. Ahí está, ésta era como menciona De Silva “La razón de
la sinrazón que a mi razón se hace…
Trato
de entender cómo fue posible que sacara la piedra de mi sueño, me
sacudo, me despierto.
La
lluvia que suena tan fuerte contra las hojalatas de la casa, me
arrulla.
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