Ir al contenido principal

Cuarto concurso de cuento corto: La lluvia






La lluvia

La lluvia que suena tan fuerte contra las hojalatas que cubren la casa, me arrulla. Es uno de esos despertares de un parpadeo. Me levanto y dos mexicanos han llegado a la casa, tomando café se pasean alegremente por la sala y la cocina presumiendo de sus logros artísticos y algunas de sus más memorables complicaciones y retos laborales, asumo que trabajan con video, seguramente piensan hacer un documental con alguna de las veintitantas etnias en específico o de la comunidad en general, no tengo idea, tampoco pregunto.

Después del desayuno salimos a dar el clásico recorrido por Mitú; vas de una esquina a la otra de la ciudad siguiendo el río hasta los límites de la misma, regresas bordeando una de las pistas de aterrizaje más complejas en Colombia. Recorrer el circuito de la ciudad puede tomarte una hora u hora y media dependiendo de cuántas paradas requiera la conversación y la observación del paisaje amazónico. A los treinta o cuarenta minutos de salir, cuando la geografía empieza a cambiar, donde hay más casas que antes cuando aparecen las lomas y las tiendas me doy cuenta que ese no es Mitú, es una ladera de Bogotá en donde no estoy y que he visto en noticias o en documentales.

Entonces recuerdo que no recuerdo a los visitantes que tan cordialmente y con emoción nos han narrado sus aventuras, es más alguno de ellos es idéntico a un artista visual de Cali quien llevaba un espacio de encuentro para artistas, con exposiciones, conversatorios y demás. Por sus bigotes era conocido como “Tequila” pero no es este, este es otro, otro igual, tiene acento de Jalisco aunque asegurara ser del D.F.

A medida que los mexicanos y mis compañeros van subiendo por las empinadas laderas y los niños cuyas caras van perdiendo sus rasgos nativos y comienzan a aparecer con sacos de lana, empiezo a pensar que esto es un sueño. El cambio radical de clima es una de las pistas más claras, me impongo un reto recordando una película de Freddy Krueger donde la protagonista resuelve que la única manera de vencer al chamuscado villano es trayéndolo a la realidad donde es más propenso a ser derrotado.

“Voy a llevar esta piedra si sigo con ella es un sueño”, pero y ¿si despierto y la saco a mi realidad? Dejo que mis compañeros se adelanten y empiezo a buscar una piedra que me guste como una forma de darle ese significado que intentamos brindar a las cosas fútiles haciéndolas únicas e irrepetibles. Los realizadores de video están felices viendo las pobres estructuras que caracterizan estas lomas de casi hacinamiento y que les ofrecen tantas posibilidades de retratar… lo que sea, en este momento ya no les presto atención enfocado en buscar una piedra representativa de esta posible aventura onírica, la encuentro, es rojiza, de un rojo sutilmente diferente a la tierra donde caminamos y es diferente de las demás piedras en su irregularidad casi piramidal, las demás tienen tonos grises y negruzcos, también hay piedras blancas de rio.

Alejo mi vista de mis compañeros, agarro mi piedra fuertemente y la llevo al bolsillo, sigo en bermudas y chancletas tres mil seiscientos metros más cerca de las estrellas. Me concentro y despierto en mi cama, en Mitú, continúa lloviendo de la manera en que la selva se aclimata y se refresca pero es la tarde, entre las cuatro y las cinco, solo duermo a esas horas los domingos después de una semana de talleres desde las 7 de la mañana hasta las 6 de la tarde, me siento en la cama, recuerdo mi plan y busco la piedra, la puse en mi bolsillo, busco mis bermudas son de otro color, la configuración de mi habitación es algo diferente pues la malla que sirve de pared no está tan cerca y no tiene ese pequeño estante donde he puesto la piedra. Ahí está, ésta era como menciona De Silva “La razón de la sinrazón que a mi razón se hace…

Trato de entender cómo fue posible que sacara la piedra de mi sueño, me sacudo, me despierto.

La lluvia que suena tan fuerte contra las hojalatas de la casa, me arrulla.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Concurso Cuento corto: LA NEGRA CARLOTA

LA NEGRA CARLOTA Ahí viene! La negra Carlota que se pasea por la plaza, los chicos se vuelven locos por su cintura y su cadera. Pero mira que no ven lo que lleva por dentro, se siente triste, absolutamente sola, denigrada y sin dignidad aluna. Por qué todos los días, tiene que salir a vender su cuerpo, para poder mantener a sus ocho hijos. MARIA CUENTO

VIII concurso del cuento corto, ¿NO SABES DE SEBAS?

 ¿ NO SABES DE SEBAS? Toda las comodidades posibles su familia le entregó, vistió bonito bajo la luna y fresco bajo el sol, no le gustaba la lluvia y se quejaba del calor; la primera su cabello despeinó, la segunda excesiva transpiración le brindó. Estudió, entrenó y trabajó, pero nada de eso le gustó. Sus parientes le enseñaron lo bueno y lo malo él escogió. Una amistad le presentó la calle y eso sí que le encantó. Conoció una amiga nueva y con ella se quedó, fue un cambio abismal; pasó de su casa a un callejón. La ese se agrandó, ahora se cree un dios, dejó de ver por ojos ajenos y de todo se adueñó. Venía de la nada, pero iba por todo. Las caricias de su madre jamás las aceptó, las de su abuela siempre las ignoró, y los consejos de sus tíos nunca los escuchó. Hasta los quince años de su casa no salió. Si un día quiso aquellos zapatos; mami se los compró Quería estar a la moda; papi lo vistió. Como la e, salió de noche sin saber para dónde fue, vistiendo de negro desde la cabe...

VIII Concurso del cuento corto, SANTA ELENA CITY

Dicen que estoy loco. Algunos se preguntan cómo terminé aquí, pescando en el caño de la galería Santa Elena. Yo les digo que no es ningún caño, que es un río, pero que ellos todavía no lo pueden ver. Se ríen de mí, tomándome como un caso perdido. Qué más da, sigo en lo mío, tratando de pescar alguna rata en este majestuoso río negro que se extiende por toda la ciudad. ¿Que cómo uno termina viviendo a la orilla de un caño, en medio de la basura y de los adictos? Eso es fácil de responder, toda la respuesta radica en que uno se aburre, se cansa, se fastidia de llevar una vida inalterable. Se cansa de las mañanas en las que te levantas y quieres seguir durmiendo, pero sabes que si sigues durmiendo al rato llegarán las llamadas de tu jefe para preguntarte no cómo estás, sino cuánto tardas en llegar. Un ser humano normal se fastidia del día a día, de la lucha por la supervivencia urbana, de los malos tratos entre nosotros mismos, de los horarios, de las metas que tienes por cumplir. Díganme...