Era él
por: Laureana Chate
Tenía pereza de ir. La mona me insistió mucho que fuera, no solo
por ser el cumpleaños de su novio, sino porque era Feria y me iba a presentar
el “hombre perfecto” para mí.
Es que eso de que las amigas le estén haciendo una especie de
cita a ciegas a uno como que no va conmigo. Valoro la buena intención y todo,
pero a mí eso se me hace muy extraño, muy de novela. Ni que yo estuviera tan
desesperada como ellas lo pintan, ni más faltaba.
“Amiga tenés que ir”. “Amiga
tenés que ir”. “Amiga tenés que ir”. Y después de tanta insistencia decidí ir
con ella a la dichosa fiesta esa. Era en El Escondite, un sitio en el que al
cumpleañero le dan 2x1 en aguardiente.
Cuando llegamos me presentaron al tipo ese que ya ni recuerdo
cómo se llamaba, creo que Juan, y si no se llamaba así, por lo menos tenía cara
de Juan y eso era suficiente para mí.
El care Juan se me sentó al lado y se demoró medio siglo para
hacerme la conversa, ¿por qué los hombres serán así, ah? Seguro movió cielo y
tierra para que se le diera por fin ese momento de tenerme cerca y una vez lo
tuvo solo preguntaba lo mismo de siempre, con unos tres minutos veintiún
segundos de tiempo entre cada pregunta, que qué hacía, que cuántos años tenía,
que de dónde conocía a Fulanito. Y no. A mí tenía que sacarme era a bailar.
Bobo.
Al rato me sacó a bailar, muy muy al rato, y ahí ya la cosa
cambió, es que a mí un hombre que no baile no me interesa ni poquito, puede ser
muy Leonardo Dicaprio y todo lo que él quiera, pero si no baila pierde el año
conmigo —aunque mentira, creo que a
Leito le pasaría eso y mucho más, pero sólo a él, los demás sí tienen que
bailar bien—; y sí, no es por nada pero
el care Juan ese pasaba la prueba. No era así qué bruto, qué maestro del baile
al que juanchito le quedaba pendejo, no, pero se defendía y de ahí para allá se
le podía ir enseñando y mejorándole la técnica con los días.
Pasó el tiempo y no sé si fueron los tragos pero a ese hombre lo
empecé a ver diferente; diferente en el buen sentido de ver diferente a los
hombres, ya no me parecía el bobazo que pensé al principio. Me empezó a
interesar, tenía cierta inteligencia y contaba unos chistes todos malos ahí —tal como me gustan— aunque
claramente le decía que tan tonto, que no era chistoso, pero por dentro estaba
muerta de la risa.
Todo eso llevó a que después, mientras bailaba con él una
canción que no voy a decir porque me da pena, empecé a experimentar una extraña
sensación que en un principio no identificaba si me gustaba o no, era algo que
nunca había sentido; obviamente sí había escuchado de eso y todo el cuento pero
jamás me había tocado a mí ser la directamente implicada. Como no estaba segura
qué era, me detuve un momento, escuché en detalle la letra y no, no era la
canción, tampoco era el trago ni la comida ni el sitio ni yo ni la gente que
estaba a nuestro alrededor, era él, sí, sí, definitivamente era él. Maldito care
Juan, era él el de la chucha.
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