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VIII Concurso del cuento corto, BUEN PADRE

¿Me estoy volviendo loco? Estuve preguntándole a otros vecinos sobre la situación y todos decían que vagamente escuchaban algo y que realmente solían ignorar ese tipo de ruidos. ¿Pero cómo pueden ignorarlos? ¿Están sordos? Es imposible. Tenía la convicción de que al mudarme a este lugar mi vida empezaría a mejorar y saldría del hoyo. Sigo siendo tan iluso. ¡No ha pasado ni un berraco año y ya estoy mentalmente agobiado! El mueble de la alacena tiene moho. La tubería está tapada. La ventana principal se dañó. Mis desgracias no paran. Y los ruidos... ¡no me dejan en paz! ¡No he hecho nada malo! O bueno sí, solo una vez, o dos. ¡Pero no es razón para que me estén atormentando! Lo único positivo de mis días es que mi hija me visita más seguido. Al menos tener piscina me ha servido de algo. Ahora tiene una buena razón para visitarme. Le gusta nadar, lo hace bien. Peor estaría si no pudiera verla. Me alivia sentirme acompañado. Quisiera conversar con ella, pasar tiempo padre e hija, saber qué piensa, pero mantiene pegada a ese celular.

— ¡Eli! ¡Hija! ¿Escuchaste cierto? ¿Crees que sea buena idea ir a reclamar por los terribles ruidos? Deberíamos crear un plan para acabar con ellos de una vez por todas ¿no? ¡Eliana, te estoy hablando!

— ¡Ay, pá! ¡Detesto que me hables cuando tengo audífonos!

Ya le he dicho que nunca he escuchado esos ruidos raros. Entiendo que después del divorcio quiera mantener su relación conmigo y ser un buen padre, pero su esfuerzo a veces me incomoda. Desde que se mudó acá solo habla de los vecinos de arriba, de la bulla, de lo que le parece raro. Aish, no comprendo por qué tanta insistencia. ¿Cuál es su necesidad? ¿Estaré siendo muy cruel? ¿Soy mala hija? No, no creo. Es él quien siempre se ha comportado de forma extraña. Nunca lo comprenderé.

— ¿Estoy pintado en la pared o qué? Soy tu papá y merezco respeto. Hágame el favor y suelta ese aparato ya. Mejor hablemos. Pasemos tiempo en familia.

— Sí, pá, sí. Ya sé, ya sé. Deja la cantaleta. Ya pareces mi mamá ¡Soltaré mi celular en un rato, lo prometo!

— Bueno, pero apúrate. Necesitas desconectarte de esa pantalla ¡Recibes mucha radiación! No permitiré eso. Solo quiero cuidarte. Lo sabes ¿cierto? Eres la razón de mi existencia, Eli. ¿No quieres pasar tiempo con este viejo que daría la vida por ti? ¿Hija?

Ya ni sé cómo sentirme. ¡Es que ya no me respeta! Después de la separación con Ángela sabía que no iba a ser fácil ser una figura paterna presente. Duele aceptarlo, pero me siento solo. A nadie le importo, ni siquiera a los jefes de mi empresa. “No es necesario que vuelvas a la oficina. Medícate, Gabriel. Busca ayuda, Gabriel”. ¡No los entiendo! Mis supuestos amigos ni siquiera se molestaron en llamarme después de que me enviaron a vacaciones indefinidas. ¿No me extrañarán? Pero si cuando me veían siempre me sonreían o lloraban de felicidad, me daban todo lo que solicitaba, se escondían para que los encontrara. ¡Era tan divertido! A simple vista, todos se muestran agradables como un bello diente de león, pero hace falta tan solo una brisa para hacer que esa buena apariencia desaparezca y quede un tallo; el tallo ordinario que revela su verdadera naturaleza. Sí, eso es. Todos son tallos en este matorral llamado mundo.

¿Qué pensará Eliana si le cuento que nuevamente tengo delirios de filósofo? Probablemente su madre le haya dicho que me ignore, como ella lo hacía. Mejor me voy a dormir. Cerró los ojos, esperando a que Eliana finalmente quisiera pasar tiempo con él. Pero no pudo conciliar el sueño. La habitación estaba en silencio. No hubo conversación. Su hija no existía, tampoco los ruidos. No tenía vecinos, ni piscina. Solo estaba él, en la penumbra de aquella casa abandonada, con el eco de su propia locura resonando en su mente.





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