Bitácora
de
una
reina
hormiga.
Se
miraba
curiosa
frente
al
espejo
cuando
notó
la
desfiguración.
Burbujas
rojas
y
carnudas
acribillaban
si
terso
abdomen.
–OH
NOOO!
¡¿Qué
me
pasa?!-
chillaba
asustada.
Mecánicamente
empezó
a pincharlas
una
a
una,
con
desespero
y terror,
como
si
todo lo
que estuviese
mal
se
arreglara
destruyéndolo.
Para
su
mala
suerte,
éstas
volvían
a
aparecer,
más
voluptuosas,
más
feas,
con
odio.
Se
paralizó.
“Soy
más
fea
que
nunca”.
Estaban
en
sus
piernas,
las
sentía
crecer
en
su
espalda,
sus
senos
se
confundían
entre
ellas.
“¿Y
si
llegan
a
mi
rostro?,
seguro
es
permanente”.
No
podía
pensar
más,
estaba
atrasada,
debía
irse.
Se
vistió
lo
más
rápido
que pudo,
se
cubrió
tanto
como
pudo. Sufrió
cada
paso,
no se
había
peinado,
llevaba
una
improvisada
cola
de
caballo,
la
ropa
sin
planchar
y vagos
recuerdos
del
examen
de
matemáticas.
Solía
sentarse
en
la
primera
fila,
era
cegatona,
pero
odiaba
sus
gafas.
Era
medio
cegatona,
pero
odiaba
usar
sus
gafas.
De
las
mejores
estudiantes
de
su
clase,
tal
vez
la
mejor
peor
siempre
había
algo
má
s
por hacer
que las
tareas.
Amaba
dibujar.
Se
quedaba
sola
en
casa
para
exclusivamente
tirarse
de
rodillas
al
suelo
y graficar
las
fantasías
que
imaginaba.
Leyendo
un día
encontró
la
vida
de
las
hormigas
y
se
aterró
al
descubrir
que
la
reina
pierde
sus
alas
por entregarse
al
zángano.
Acto
vil.
Enojada,
dibujaba
cómo
huía
para
volar
libre.
Aquella
tarde
mientras
la
profesora
hablaba
sobre
la
reproducción
de las
plantas,
ella
garabateaba
su
cuaderno,
observando
disimuladamente
a
quien
robaba
sus
suspiros
y
que
le
hacía
apenar
aún
más
por la
deformidad
de
su
cuerpo.
Johan,
además
de
ser
el
más
guapo,
era
el
payaso
del
curso.
Ya
todo un donjuán
recibía
afectos
de aquellas
consideradas
más
lindas.
La
clase
de
las
cuatro,
fue en
realidad
un recreo.
Ella
permanecía
sola,
Jennifer
había
faltado
y en
su
reemplazo
estaban
los
bultos.
De
milagro,
Diana
y
compañía
se
acercaron
a
hablarle.
Ellas
eras
las
más
lindas
del
curso,
estar
en
su
grupo
era
un privilegio
o al
menos
eso
creía
la
mayoría.
La
invitaron
a una
reunión
clandestina,
que
incluía
a
Johan.
Tímida,
se
sentó
con
ellos
en
el
suelo
cerrando
el
círculo.
Estaban
frente
a
frente.
Estaba
muy
nerviosa,
sabía
de
qué
se
trataban
esas
reuniones
y sólo
podía
sentir
cómo
su
piel
burbujeaba.
Will
comenzó
“Quiero
con
May”,
ella
aceptó
con
una
sonrisa.
Todos
miraron
a Johan,
“yo
quiero
con
Ella”.
Ella
se
aterró,
tendría
la
oportunidad.
Recordó
su
piel,
¿cómo
acercarse
sin
que lo
note?
Will
y
May
cerraron
su
trato,
fue
rápido
y penoso.
Mientras
la
otra
pareja
se
cubría
con
una carpeta.
Ella
se
sintió
peor,
se
asustó,
le
parecía
obsceno.
Su
turno
se
acercaba,
se
paró,
miró
a
la
profesora
desesperada,
intentaba
huir.
Él
la
llamó
con
un tono
desdeñoso.
¡Que
horrible
forma
de
decir
su
nombre!
Se
sentó
de nuevo,
sintió
la
burla,
la
cadena
en su
cuello.
La
mirada
oscura
de
Johan
la
enfureció,
recordó
a los
zánganos,
si
zánganos!
Y
las
alas
caídas
de
la
reina.
Se
sintió
pequeña,
humillada
frente
a sus
labios.
-¿Y
bien?-
Su
reacción
fue instantánea.
–
No,
no quiero.
Se
levantó,
esperaba
algo
más,
sonó
el
timbre
de
la
salida,
tomó
sus
cosas
y
se
fue.
Eran
las
7:30
de la
mañana,
estaba
en
el
doctor
con
su
padre.
Después
de
examinar
la
extraña
erupción
que ya
cubría
todo su
cuerpo
tomó
su
decisión.
Diagnóstico:
Varicela.
Ella
sonrió
para
sus
adentros.
Ya
había
leído
sobre
eso,
no debía
preocuparse,
solo
pasaba
una
vez.
Cumplió
su
cuarentena
satisfactoriamente.
Se
sentía
contenta
con su
soledad,
se
amó
a
sí
misma
como
nunca
y
no recordó
más
el
problema
de
la
fealdad.
Volvió
a clases
después
de
siete
días.
Encontró
a Jennifer
de
vuelta,
le
mostró
sus
cicatrices.
Había
muy
pocos
estudiantes
esa
semana,
pues
estaban
en
cuarentena
Johan
y los
demás
del
curso
de quinto
de Primaria
por
contagio
de Varicela.
Mar
Gordon
Comentarios
Publicar un comentario
Tus comentarios enriquecen nuestra Biblioteca ¡Gracias por Visitarnos!