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Concurso cuento corto: Meredith


 
 
Meredith

Por una de las calles secundarias del centro de la ciudad, caminaba Meredith de la mano de su madre. Habían salido a toda prisa de casa y Meredith no entendía por qué. Su madre se alteró cuando llegó a casa y a su padre le acompañaba una mujer.

–¡Cuando vuelva no quiero a nadie en mi casa! –gritó la madre de Meredith antes de salir.

Su madre empezó a caminar a un paso que Meredith no podría seguir. La arrastró por toda la Calle 4ta hasta que la niña dijo:

–¿Te pasa algo, mamá?

Su madre reaccionó al verla agitada y se agachó para besarla en la frente.

–No pasa nada.

–Caminas muy rápido, ¿vamos tarde? ¿Adónde vamos?

–No, hija, tranquila. Vamos por un helado.

Pero Meredith notaba en el rostro de su madre un gesto que no había visto en ella muchas veces.

–Mamá, ¿vas a llorar? –dijo inquieta.

–¿Qué? No, hija, ¿por qué lo dices?

–Pareces triste, ¿estás triste?

–Sí, hija, pero no es nada. Ya verás que con el helado estaré mejor.

–Entonces, ¿no eres feliz? –retomó Meredith–, como quien se encuentra en el desenlace de una conversación.

–No lo sé, hija. A veces es difícil saberlo. Eres muy muy inquisitiva, ¿no?

–¿Cómo es que no lo sabes? –insistió Meredith–. Yo siempre lo sé.

–¿A sí? ¿Cómo es que lo sabes? –Respondió su madre.

–Es que... uno simplemente lo sabe. Por ejemplo: cuando leemos cuentos juntas, cuando monto bici, cuando como helado de chocolate sé que soy feliz. Si me caigo de la bici o dejamos de leer juntas no soy feliz.

–¿Te parece la felicidad algo instantáneo? –replicó su madre.

–Sí. No puede ser de otra manera, mamá. Nada es eterno o constante, Es como cuando lees un libro que página tras página va llegando a su final, sin importar cuán largo sea.

–¡Vaya! ¿Pero de dónde sacas todo eso, mi pequeña?

–No sé, pienso que es así –dijo Meredith.

–En ese caso, ahora mismo no soy feliz. Pero estamos juntas que es lo importante.

–Y vamos por un helado de chocolate –agregó Meredith.

–Así es, Mer –dijo su madre con una sonrisa.

En este punto ambas callaron por un rato y mientras cruzaba una calle, Meredith, se acercaba a un señor extraño de semblante taciturno y deteriorado. Vestía una inusual gabardina de una reconocida marca y sostenía en una mano una botella de Vodka barato y en la otra un libro. Cuando estuvo lo suficientemente cerca sintió miedo, naturalmente, nunca había visto a alguien miserable a los ojos.

–Así es el mundo real, pequeña. Un lugar cruel lleno de personas horribles –dijo el habitante de la calle.

La niña estupefacta apretó la mano de su madre, quien entendiendo a medias la situación la cambió a su otra mano, dejando a la niña lo más lejos posible del vagabundo.

–Un helado de chocolate y fresa, por favor –pidió Meredith.

–Y uno de chocolate y cereza para mí, por favor.

–En un momento.

Agradecieron al unísono y procedieron a sentarse. Una vez en la mesa, cada una disfrutando de su helado, pregunta Meredtih a su madre:

–¿Son horribles las personas, mamá?

–¿Y ahora de dónde sacas eso?

–Sé que las personas hacen cosas malas, –continuó Meredith–, pero no sé si sean horribles.

¿Qué se necesita para ser horrible? ¿Sería como ser muy malo?

–Realmente no lo sé, hija. Tal vez es solo una palabra del vasto vocabulario que existe para definir algo y, algunas personas las usan con otras.

–Mmm, ya veo. ¿Es complicado el uso de las palabras?

–Una palabra puede cambiarlo todo. No es lo mismo un buen helado que un helado excelso

–dijo su madre.

–¡Mi helado está exquisito! –aseveró Meredith.

–Tú eres muy inteligente, Mer. ¿Lo sabes?

–Parece que la lección de piano se canceló. Mi papá está en la ventana pero no veo a mi profesora por ningún lado –culminó Meredith.

A. C. Bowge

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