JAULA
AGONIZANTE
Seudónimo:
Toño
Afuera
hay
sol.
No es
más que un
sol
Pero
los hombres
lo miran
y después
cantan.
Alejandra
Pizarnik.
1
Entraste
porque
no soportabas
otra
noche
afuera.
Las
miradas
felinas
eran
cada
vez
más profundas,
esos
ojos
dilatados
surgían
de
la
nada
para
amenazar
tu
identidad.
Es
el
padre
de la
idiota,
murmuraban
al
verte.
La
verdad
es
que
ella
saltó
pensando
que
ya
podía
volar
y no
lograste
impedirlo.
Maldición,
siempre
dijiste
que
todo
era
posible; ella
te
creyó.
A quienes
te
la
recordaron
los
golpeaste
con
rabia,
pero
aparecían
más
y
ganaban
la
batalla
con
la autoridad
de
sus
serviles
cuchillos.
Otra noche
afuera
hubiera
sido
el
fin.
La
jaula
se
perfiló
como
el
perfecto
lugar
de
reposo,
pensaste
recuperar
fuerzas
y salir
a
removerles
de
la
boca
las
injurias
dichas
sobre
tu
niña.
Ejecutas
el
plan
cada
mañana,
si
lo
haces
de noche
seguro
te
matan.
Pero
son
muchos,
te
tomará
tiempo;
no importa.
La
jaula
ya
tenía
dueños.
Ninguno
de
ellos
decidió
echarte,
quizá
te vieron
inofensivo.
Al amanecer
te
despertaron
los
ojos
de
una
joven
que
cantaba.
Ella
fue
hacia
ti,
alegre,
y dijo
llamarse
Azula.
Te
presentó
a
Loro
y al
viejo
Águilo;
el
primero
apenas
pudo
toser,
el
segundo
dio un
grito eufórico.
Los
tres
te agradaron.
Cuando
no vuelva,
pensaste,
al
menos alguien
me
extrañará.
2
Los
rayos
del
sol
desaparecieron
la oscuridad.
El
tierno
mirar
de Azula
se alzó
hasta
las nubes,
pronto aparecería
entero
el
astro que
ella
tanto
adoraba.
―Buenos
días,
Búho
―gritó.
El
nuevo,
Búho,
hizo
una
reverencia
al
tiempo
que
respondía
con
amabilidad.
Azula
fue a hacia
una
esquina
de
la
jaula
y empezó
a
cantar.
Los
baldes,
vaciados
por
completo
el
día anterior,
estaban
llenos
de
agua.
Loro
miraba
las plantas
del
jardín.
―Sabemos lo de
tu hija.
―¿Y?
―Lo
sentimos
mucho
―dijo
Águilo,
mientras
acariciaba
su barba
de
nieve.
―A mí ni
me importa
―añadió
Loro.
Búho
hizo
un
gesto
de
fastidio,
pensaba
levantarse
y
golpear
a
Loro.
El
anciano
Águilo
lo detuvo
con una mirada
de
compasión,
luego
tosió.
―Tuviste
suerte
de
encontrar
nuestra
jaula
abierta.
La
semana
pasada
fue
la
primera
vez
que abrieron
en
tres
años
―dijo
Águilo―.
Siempre
me
he
preguntado
quién
abre
las
jaulas
y llena
los baldes…
―¿Será
el
sol?
―preguntó
Búho.
―No, el
sol no
es.
Debe
haber
algo
más arriba,
algo
más poderoso
y
digno
de
veneración…
―Aquí vamos
de nuevo
―interrumpió
Loro.
―Tres
años
es
mucho
tiempo
―dijo
Búho.
Águilo
asintió.
―Y ahora
abren
a
diario,
parece
que
estuvieran
esperando
que te
fueras
―dijo
Loro.
―¿Por
qué
no te vas
tú?
―Yo vivo aquí.
―¿Acaso te da miedo salir?
―Claro que no.
―Entonces hazlo.
―¿Para qué?
―Por mi respeto.
―No lo necesito.
―Pero en el fondo lo deseas. Loro bajó la mirada, era verdad.
―Hay pájaros transparentes afuera. ¡Vuelan! Los rayos del sol caen sobre sus ojos y los hacen llorar, entonces es cuando los veo. ¡Ay, el sol, el sol! ―cantaba Azula.
Loro
señaló
a
Búho
antes
de irse.
Águilo
tosió
como
si algo
se desgarrara
en
su interior.
3
Loro
regresó
sombrío
y golpeado.
«Nunca
volveré
a
salir»,
me
dijo.
Preguntarle
la
razón
hubiera
sido tonto.
Lloraba.
Me
abrazó
con
ternura.
Fue
hermoso,
hasta
que
descubrimos
a Águilo
muerto.
Lo
enterramos
en
silencio,
nuestro
jardín
fue
su
última
morada.
El
día siguiente
encontramos
un
libro
junto
a
las plantas,
Loro
y
yo
lo
leemos
por
las tardes.
Es
la historia
de
un
proceso
extraño
realizado
en
contra
de
un
hombre
también
extraño.
Vamos
en
la página
ciento
veinte,
y
creo
que a
Josef
K.
lo juzgan
por el
simple
hecho
de vivir…
Loro
dice
que resplandezco
cuando
le canto
al
sol,
pero
cree
que
Josef
K. va a morir;
aún
conserva
un
poco
de
su
antigua
insensibilidad,
solo
un
poquito.
Búho
se
destruye
sin piedad.
Todas
las
mañanas,
cuando
se abre
la jaula,
sale
y regresa
golpeado.
Es
igual
siempre,
disfruta
su
propia
ruina...
Yo
siento
lástima
por él.
«Pobre,
si
supiera
que su
hija
voló hasta
el
cielo
luego
de morir»,
dijo
Loro.
«Esta
agonía
de
la vida solo
deja
de existir
cuando
tú cantas»,
añadió.
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