La
mafia de las mentas
- Con el dulce sabor de la juventud, enfocado en el “carpe díem”. Jamás tomé con el sentido que debí la frase siguiente, propiedad del gran Rubén Darío:
“Juventud,
divino tesoro,
¡Ya
te vas para no volver! (...)”
¡Cuán
pronto fueron los años gloriosos!, en efecto, del 2012 al 2015. Años
en los que las cosas marcharon de la mejor manera en mi vida. El
vender información a compañeros de clase y que esto se prestará
para obtener ganancias extra, por la venta restringida de golosinas
en las difíciles horas de clase después del descanso, según unos;
el más dulce de los néctares para mí, me permitieron sentir lo que
es un “monopolio”.
Cada
miembro perteneciente al grupo ejercía una labor requerida, uno era
el encargado de generar los “nicks”,
otro siempre hizo los señuelos requeridos, Adames (el único de los
miembros con quien mantengo contacto) junto a mí nos encargábamos
de rotar lo solicitado, en otras palabras, alguna “copia”
o “producto”
y un último miembro hizo las veces de guarda espaldas; un sujeto con
carácter y temido por confrontaciones en el pasado.
Revelación:
“Quien
sabe de dolor todo lo sabe. Parezco de otra especie. Después de
tanto
tiempo,
aún no he aceptado que lo perdí todo, aún sueño que vuelva
conmigo. Espero a que un día se den cuenta los antiguos miembros de
“la mafia de las mentas” del error que cometieron.”
Todo
marchó bien, pero de un momento a otro un extraño “agente
patógeno”
interfirió en los ideales de dos miembros del grupo. Sólo consigo
comprender al día de hoy que tal agente fue: el insensato y austero
enamoramiento. Este no intervino directamente, actuó de manera
desapercibida. Al finalizar el año académico, séptimo grado, culpo
a la presencia de este mal el hecho de apartar dos miembros
“esenciales”,
el encargado de los señuelos y el guardaespaldas. Fue mi primera
crisis existencial, ya éramos blanco fácil para los “envidiosos”,
“medio-cerebros” por
definición propia.
Al
año siguiente, octavo grado, su desarrollo singular por abordar
temáticas como “fenotipos”
y
“leyes de Mendel”, “cubrieron” el
vacío producido por la ausencia de los
antiguos
miembros. Con la partida de la mente maestra de los “nicks”,
el último ápice de esperanza por reestablecerse nuestro monopolio
se desvaneció.
Con
honores pasamos al noveno grado. Un año en el que por alguna extraña
razón, un par de compañeras en más de una ocasión pretensiones me
hicieron. Tan sólo ahora lo identifico y me digo ¡Vaya, que pronto
lo que estaba en el libro de biología se materializó!
A
las vacaciones llegó un primo, del que jamás me preocupé, desde
Boston, Massachusetts con quien tomé el mal hábito de desvelarme
mirando y recitando a la Luna.
Los
vientos de agosto esparcieron súbitamente la fragancia dulce del
amanecer e iniciamos el próximo año escolar. Grado el cual decisivo
se tornó para mí, el adjetivo “decisivo”
más de uno dirá que es porque se está cerca al grado once, es
decir, “la
excursión”,
“la
chaqueta
de la promoción” y
demás cosas banales. No, no y no, por nada de esto asigné en
su
momento el adjetivo “decisivo”
a esta franja.
Jamás
lo esperé pero llegó un novedoso enemigo invisible a mi vida, el
cual es “Esclerosis
múltiple”;
además un año de vida se perdió. Fue un año de terapias de habla
y movimiento,
de
“recuperación”.
Un año que significó perder la sincronía con Adames.
¡Cuán
pronto dejó de existir la mafia de las mentas! La vida como la
conocía cada vez se fue erradicando más y más, un día preso en la
“tristeza”
(sensación nueva en mí) en medio de una torrencial lluvia con sol,
a través de, la refracción generada pude apreciar a una chica, la
aprecié de una manera como jamás había apreciado a alguien más y
así llegó a mi ser el “enamoramiento”.
Adivinación
del heraldo obscuro:
“(…)
Era una dulce niña, en este
mundo
de duelo y de aflicción.
Miraba
como el alba pura;
sonreía
como una flor.
Era
su cabellera obscura
hecha
de noche y de dolor.”
“Lo
que hoy siente tu corazón, mañana lo entenderá tu cabeza. Las
personas grandes no nacen grandes, se hacen grandes”
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