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Cuarto concurso de cuento corto: Oficios fluidos






Oficios fluidos

Ars

La señora H entró cuando ella empezaba apenas a lavar un plato. No fue sino que se largara a hablar, para que empezara a restregar, con unas ganas de sacar hasta lo más mínimo, de dejarlo limpio y sin una mancha ni una historia que contar. Pero lo malo con los platos es eso: que apenas se toca la superficie. Y así salió la señora, mientras el plato empezaba a escurrirse, y ella quedó como con una expresión de fracaso, de que le faltó más.

Estuvo unos minutos mirando el fondo de un pocillo, lleno de agua jabonosa. Y entre la espuma se alcanzaba a ver un color negro, ligero, que podría haber sido una premonición, una advertencia. Pero era solo café... solo eso. Su mano libre se apuró a agarrarlo apenas oyó la puerta abrirse y la otra le plantó encima la esponja tan pronto la alcanzaron las primeras palabras que surgieron de la puerta. Y así escuchó, mientras limpiaba el pocillo, embebida, y raspaba las viejas manchas negras que se aferraban al fondo y que habían hecho casa en él. Y así sacó todo lo que pudo y una vez más volvió a quedar sola y el pocillo fue a dar, boca abajo, en el escurridor.

Entró por último la señora N, que no era visitante asidua de esa cocina (el calor solía causarle desmayos) y que, sin embargo, no menospreciaba una buena charla y disfrutaba dar rienda suelta a la lengua con la vieja sirvienta. Y así, tan pronto murió la cordialidad del saludo y se elevó la confianza y el secretismo, empezaron a volar platos y vasos hasta el escurridor. Restregaba como si no hubiera un mañana y extendía lo máximo posible la limpieza de las ollas. Antes de que pudiera notarlo había terminado y se mantenía jadeante, emocionada, a un lado de la poceta, y los chismes, ya lavados, se despedían mientras atravesaban el umbral.

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