La
muerte en el ser que habla.
El
aire frío de la noche se filtraba por las ventanas, la luz trémula
de las velas amenazaba la tranquilidad de los porteños y de nuevo,
la extraña sensación de desasosiego en el ambiente. Pastora escuchó
la última ruta del Ferrocarril y con ella, llegó la incertidumbre y
el miedo.
Aún
no amanecía, los pescadores como de costumbre ya iniciaban su labor,
inmersos en el río magdalena, cerca del puente Monumental, lo
vieron… la distorsionada imagen de un cuerpo boca abajo. Figura que
perpetuaba con ella la monotonía que suponía sus vidas.
Conforme
pasaban las horas, los habitantes del pueblo entendían el mensaje
que los gallinazos daban al sobrevolar las aguas del río; un nuevo
cuerpo sin vida, sin esperanzas, con una gran historia que contar y
que simplemente no sería contada. Los pescadores recogieron el
cuerpo inerte de un hombre corpulento, de estatura promedio, y
mediana edad, en cuyo rostro yacía incrustada una bala; el rastro de
sangre en su cabeza inmortalizaba en la memoria de un país el rastro
de un suplicio.
Las
puertas del cementerio municipal permanecían abiertas desde temprano
a la espera de nuevos visitantes, quienes poco a poco fueron
llegando, más que morbo, los movía la solidaridad; aunque era ya
costumbre, nadie se acostumbraba. Entre ellos, Pastora y su esposo,
humildes agricultores de cacao, quienes se dirigieron directo al
pabellón donde descansaban los centenares de cuerpos sin nombre y
oraron con fervor por el alma de un desconocido.
En
particular aquel desconocido llamó la atención de Pastora, vio en
él a alguien en quién cimentar sus sórdidos sueños y depositar su
fe ya perdida. La curiosidad inundó su mente… ¿quién era ese
hombre?, ¿qué habría sido de su vida?, ¿quién rezaría por su
alma?, en un instinto de osadía fue paradójicamente cobarde, se
lanzó sobre el sepulcro y lloró la muerte. Pero no lloró solo por
aquel hombre sin nombre; lloró con impotencia por cada inocente, por
cada huérfano, por cada viuda, por cada madre que como ella, vive el
dolor indescriptible de la ausencia, por cada víctima que perece en
desconsuelo frente a este brutal conflicto.
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