Cuarto concurso de cuento corto: La historia que nunca fue




La historia que nunca fue

W. Hepburn

Frente a la ventana miraba el remolinar de las nubes en lo alto, en su mente trazaba las letras, miles a ella llegaban y ninguna se quedaba. Era la historia de un caballero y una doncella, era la leyenda de un guerrero, era el mito de un reino sin rey y sin reinado, era el cuento de dos hermanos, era la fábula de un reencuentro, era la comedia de una tierra sin complicaciones y preguntas, era la tragedia de un mago solitario, era la aventura de un viajero que nunca embarcó.

Su lápiz no se movía, y al hacerlo sobre la hoja ennegrecida por el polvo y curtida por el tiempo, solo recibía endebles garabatos ilegibles. Una vez más, ante la mirada desaprobadora del escribano, su mano arrugó con desprecio el papel y le arrojó al vacío junto con un millón de ideas jamás escritas.

Respiró hondo y puso otra hoja sobre el mesón, con la profecía de que sería el próximo pergamino de un relato clásico.

La música del tocadiscos con las melodías de Chopin, silenciaba el silencio agobiante que hacia al dueño de la pluma percibir su respiración y el palpitar de un corazón con ganas de vivir. El final de los mundos, la historia de los últimos días, un pueblo que tentó el futuro, la prosa de aquello que no decimos, la rima de la vida que nos carcome, el fulgor de un primer abrazo, de la dulzura de un beso, de la armonía del viento, de la melodía de la lluvia, de unas campanas que suenan, las risas de un niño y un anciano, la anécdota que nunca muere, la oda a la hermosura, sobre un canto de lo bello que es vivir, sentir y ver. Es, la novela de las estrellas que iluminan la noche, son las frases, son las alas de una pasión que no llega mil veces.

Son las líneas dictadas y a su vez tachadas. Es el acontecimiento que explota en el interior de un artista que escucha el coro y los telones ¡dar paso a su obra!, … y entonces, es la música la que deja de sonar.

- ¡Eureka! -grita a los cuatro vientos.

El lápiz se levanta, la hoja sin escrito vuela por la ventana ante el júbilo de aquella alma. Siente como el fuego le invade. Quiere contarla, que de norte a sur retumbe, de oriente a occidente se gocen. Desciende por los cientos de escalones, nadie impide su paso, parece volar hasta las grandes compuertas, y al cruzar, ve las calles transitadas, agobiadas de entretenidos pasantes.

No hace más que buscar, camina entre ellos y no encuentra; con su pluma empuñada, cree que existe ser en la faz de su mundo quien le pueda interesar. No se detiene, caminó y caminó entre esa masa de seres interconectados, de semblante neutro, desconectados de sus pasos y su entorno, ausentes del brillo de la luz del sol o la luna en sus pupilas entenebrecidas por la fulminación de una pantalla; recorrió cada pulgada y vislumbró otra historia, una que atemorizaba y oscurecía a la primera, a la ya imaginada, una que se prometió no escribir o detallar.

Bajó su mirada. Guardó sus manos en los bolsillos, almacenando la idea de que, en algún lugar de todo este globo, alguien leería aquellas páginas que llenaría a la vista del cielo, en el remanso de su habitación en las alturas, esperando; esperando y anhelando poder ser visto, de que pudieran

escucharle. Tomó su silla, sus ojos se convirtieron en el espejo del crepúsculo y los arreboles, asentó su pluma en expectación de esa historia, aquella historia que nadie más descubriría entre los mortales, una hecha para la eternidad, de esos que ven el transcurrir de las eras y los siglos, vigilantes desde las alturas a esos pasajeros, envidiando a esos extraños de los que un día formó parte.

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