BANQUETE
Me
encontraba ahí, bailando con aquel hombre, sonriéndole tímidamente
y excusándome por mi falta de practica al bailar; lo despreciaba
tanto, pero mi rostro era impasible, mientras repasaba en mi mente
todo lo que estaría a punto de suceder.
Aun
no claro está, solo esperaría el momento oportuno y así
desencadenar la serie de fantasías hechas realidad; solo un poco
más, dame un momento para saborear esto por favor, la dulce caricia
de mi lengua degustando la saliva ansiosa lista para salir a catar el
metálico sabor de la sangre de mi oponente. ¡Rayos! no podía más,
incluso podría gritar de éxtasis con el simple hecho de apretarme a
un cuerpo que sin duda dentro de poco estaría frio, seco, muerto.
Que sensación tan placentera, pero que no podía retrasar más.
Apoyé
mis antebrazos en sus hombros y acerque mi cuerpo al suyo, se sonrojó
ante la idea de rozar mis pechos contra él, y en un suspiro mi
rodilla alcanzaba su ingle, dobló su torso maldiciéndome y
rápidamente tire de su cabello hacia atrás, sacando debajo de mi
vestido una daga y dándole a los espectadores mi mejor actuación,
deleitándoles de la hermosa cascada rubí que emanaba de su
garganta.
Me
agache y me incline por su hombro susurrándole al oído cuanto me
gustaba verle así arrodillado y suplicante, claro está que no podía
responderme, ¡ja! estaba tan perdidamente aterrado como para
intentarlo. Podía olerle y muy suavemente puse mis labios en la
hendidura que acababa de crear.
No
se me da lo que es el vampirismo pero la sensación de su tibia
sangre correr por mi garganta era un deleite que no me permitía
negar y el tragar me suponía apoteósico, excitante y el aprecio por
mi vida y mi honor fue aumentando dejando atrás el pasado y el peso
en mi espalda, la venganza es sin duda una de las mejores medicinas.
Pasados
aquellos segundos de placentera relajación, no había duda de que
tenía mucho que explicar a los presentes aterrados que se alejaban
de nosotros atónitos y asqueados de la depravación que acababan de
ver por parte de la adorable, dulce, inteligente y graciosa Angélica.
La descripción de mi persona siempre termina de engendrar una
fragante sonrisa en mi rostro y con una muy teatral lamida de mis
dedos me voy del salón contoneando las caderas.
Avanzaba
rápidamente y aunque mis tacones me machacaban los pies no podía
detenerme, jamás en mi sano juicio sería capaz de hacerle eso a
alguien y aun así lo hice, ¿qué he hecho? la culpa por un momento
me alcanzaba, pero rápidamente le deje atrás. En fin, no tenía ni
siquiera el derecho de pedir perdón o disculparme ya que no me
arrepentía, el muy bastardo se lo merecía, y aunque no podía
esperar más, hubiera querido que agonizara lentamente, que sufriera
todo lo que una vez yo sentí.
Quería
seguir caminando, pero la morbosidad me embargaba, tenía que salir
rápido de ahí, pero no podía, me resistía, deseaba que sufriera
más, quería hacerle miles de perversidades a
su
cadáver, quería que su alma aún fresca y cautiva en aquel cuerpo,
recibiera el dolor que debía de merecer.
Salí
de ahí, entre en el auto, encendí el motor y conduje a toda
velocidad, no podía detenerme, y a pesar de las circunstancias;
aunque mis manos temblaran, sudara frio y no pudiera respirar bien,
mi corazón estaba tranquilo, me sentía en paz. Y en todo el camino
a casa, me prometí que su cuerpo descansaría debajo de mi cama.
Mis
labios estaban agrietados, mi lengua seca, mis dientes rosados,
suplicantes de otro aperitivo, su sabor me encandilaba, me excitaba.
Y, al mirar por el retrovisor, debajo de mi labio inferior, se
encontraba una pequeña mancha carmín; cremosa, espesa, que olía
delicioso. Y así, con tranquilidad, pase mi dedo corazón y retire
las sobras de aquel banquete.
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