Hace frío. Puedo sentir como mis manos se congelan, incluso debajo
de los guantes que llevo puestos.
Al viento pareciera no importarle en
lo absoluto que estoy muriendo de
frío, y es como si estuviera jugando a robarme besos, pues muy de vez en cuando
siento leves roces que congelan mis mejillas.
Pero no me malentiendan; no me molesta en lo absoluto. Es todo lo contrario.
Creo que justo ahora es la mejor compañía
que puedo tener. El silencio y la soledad,
quebrantados por un leve silbido que se escucha desde lo más profundo de la nada.
Y es
que, ¿alguna vez se han puesto
a pensar de dónde viene el viento?
Pues yo sí. Y por más explicaciones
científicas que le den, siempre
decido quedarme con la teoría de que
el viento nace gracias al amor. Tal vez, en alguna parte muy recóndita del
mundo, hay un pequeño espacio en donde la Luna
y el Océano se intentan encontrar para expresarse su amor, y al no poder
alcanzarse, la única forma de estar
cerca el uno del
otro es silbándose. Así es. Silbidos pícaros, tiernos, coquetos.
Silbidos que buscan mostrar lo irónico
de la vida, del destino, y del amor. Silbidos que luego vagan por todo
el mundo, llenando a seres como yo
de soledad, de vida, y de teorías
locas como esta.
Hace frío. Por poco estaba olvidando
el lugar en el que me encuentro. Y, no
es un lugar en el que
todos quisieran estar. Pero yo estoy,
y yo quiero. Es difícil discernir
entre un lugar en el que te sientes Tú, y un lugar al que puedes llamar hogar. Pero, ¿por qué ambos no
pueden ser el mismo? Sí, que ambos
sean lo mismo. Que a aquel sitio donde podemos ser Nosotros podamos
llamarle hogar, y que nuestro hogar siempre sea un sitio en el que podamos ser
nosotros. ¿Es mucho pedir eso? Pienso que no.
Hace
frío. Ya empiezo a sentir como la oscuridad
de la noche me acecha. Cada vez es un sentimiento más cercano, y me parece
haberlo sentido antes. Ahora que lo pienso,
creo que he estado aquí antes,
aunque son muy borrosos los recuerdos que tengo. Veo a mi alrededor,
tratando de distinguir algo en la penumbra
que ahora me rodea y me sofoca. Lo único que viene a mi son
memorias de risas, llantos, alegrías y tristezas. He estado aquí antes, y me niego a aceptar que esta sea mi última vez aquí.
Hace
frío. Ahora todo es un poco más claro.
Estoy muriendo. ¿Por qué? Quiero decir, no era mi hora. O eso creía. Aún no comprendo como puedes decidir cuando es o no tu hora
de marcharte. Cómo puedes tener
controlo sobre algo que te sobrepasa
por mucho. Eso me estaba enloqueciendo. Lo único que sabía es que aún no era mi hora, y eso me desconcertaba. Tal
vez, en uno de mis descuidos, había decidido que mi momento había llegado, y de
ser así, tendría que aceptar mi último suspiro como si se tratase de uno más en
mi existencia.
Hace
frío, y aún no logro asimilar todo lo que está pasando. ¿Qué dirán todos los
que me conocían? De seguro estarían decepcionados de mí. Pero, la verdad es que
no había razón para que lo estuvieran. Yo no había elegido esto. Nadie me había
preguntado si esto era lo que quería. Nunca se me dio a elegir entre quedarme o
irme. Sentía que me habían traicionado. De alguna manera sentía que me habían
dado un golpe por la espalda. Alguien más había decidido por mí. Eso me
molestaba.
Hace
frío. Mi último aliento me está
abandonando. Se siente extraño. Es un vacío
inexplicable, que a la vez me llena por completo. Irónico, ¿no? Cómo
algo que te destruye puede traerte
a la vez tanta paz. Mi momento
ha llegado, y es hora de partir. Lo sé, no es uno
de los finales más heroicos que
leerán, pero es un final. Y eso es
todo. Ya debo marcharme. No sé si iré a
un lugar mejor o a un lugar peor. Sólo sé que iré a algún lugar. Y eso es suficiente. Lo es.
Hace frío.
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