¡Silencio eterno e
inexplicable! ¡Soledad de helechos sobre los árboles! Un canto surgía de las
profundas aguas del lago, en el ahogo de un violín surcando por los aires y por
la luz de la niebla, aullando y trazando manchas impresionistas sobre las sombras
desvanecidas de aquel fluir inacabable de las aguas, reflejando las nubes vagas
del alto cielo.
La contemplé mirando
lago afuera, sola y tranquila en medio de la corriente. Parecía un ave con
pinceladas surrealistas, bella y extraña, bañada con un sublime plumaje blanco
y suave, que caía sutil sobre su piel esmeralda. Cantaba:
<<Ojalá pudiese
adentrarme en un bosque y caer en los musgos y las hiedras. Tratar de ser
corteza, flor y madera para poder extenderme a los cielos como las ramas en las
primaveras; que llegue el otoño para ser hoja caída acariciando la tierra, y
que las espirales de los vientos me lleven al río para poder quedar atrapada en
las piedras.
Su voz vadeaba las
algas verdes oliva, que ondeaban con rizos las masas rojas del espejo de agua,
exaltando el silencioso derivar de los cámbulos y de las hiedras con ineludible
éxtasis, haciéndome surgir un deseo tormentoso de gritar, de gritar como un
halcón y proclamar a las espirales de los vientos la liberación de mi alma.
>>Me perderé y olvidaré
quién era, porque el silencio y la lluvia me harán crecer raíces en los suelos.
Seguiré dormida en los lechos y en los troncos secos, soñando que algún día
seré un bosque entero.>>
Me temblaban las
manos como si sintiera el movimiento rotatorio de la tierra, como si sintiera
las llamas del fuego en el pecho, y me hundiera en ese lago fantástico, mágico,
desconocido como las misteriosas aguas del mar, surcado por la voz de aquella
ser mística de las tinieblas.
Me levanté con los
párpados temblando. Veía cómo el cielo se abría en ondas de luces, pétalos de
rosa, en oleadas rojas y obscuras que me pulverizaban los ojos.
La noche había caído
ya, y recordando aquel dulce, verde y encharcado sueño que se hundía en el aro
de plata de la luna, suspiré. Y aquella voz se diseminó en el eterno silencio
de la fría y espesa noche.
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