Salieron como
si nada hubiera pasado. El Hombre Blanco, dueño y rey de todo lo que se
atraviesa frente a sus ojos, se llevaba esta vez un botín mucho más grande. No
solo son tierras fértiles, no solo son familias, no solo son recursos
naturales. A la sombra de la impotencia y la pasividad de los astros que alguna
vez se hicieron llamar dioses, se enfrenta la humanidad una vez más al más
cruel de los deseos del hombre: la codicia.
Dakota y su familia han
vivido por generaciones de los bienes que les entrega la madre tierra. Han
perseguido al Búfalo en su trayecto hacia el sur, cazándolo para comer y
protegerse con sus pieles. Son largos años los que envuelven a una cultura que
fue construida por la tradición. Lo que Dakota nunca se imaginó, es que esa
figura maligna en los cuentos que su abuela le contaba cuando ella era una
niña, iba a tener rostro. Peor aún, jamás se imaginó que su abuela estaría tan
equivocada en la descripción del mal, porque Dakota nunca había visto un rostro
más blanco en su vida. En las planicies y como llegados de la nada, así se
apareció el Hombre Blanco.
¿Cómo es posible que haya
tanta maldad en esos ojos color azul como el cielo? Es la pregunta que Dakota
jamás pudo responder, pues no mucho tiempo después de la primera visita, estaba
huyendo junto a su familia, completamente desorientada, sin saber a dónde iba y
con el invierno a la vuelta de la esquina. Dakota supo que todos iban a morir,
bien fuera por hambre o por frío. El Búfalo estaba ya lejos de su alcance para
poder refugiarse con sus bondades. El Hombre Blanco bien se encargó de
desterrarlo de estas tierras.
Sin embargo y a pesar de
la gran tragedia, Dakota no se rinde, por su historia y la de su familia. Por
su legado y la voluntad de que sus hijos alguna vez sean líderes de la aldea.
¿Cuál aldea? Si algo quedaba de su pueblo indígena eran cadáveres. Los mataron
casi a todos, no tuvieron piedad. Violaron a las mujeres y niñas. Mataron a los
sabios ancianos cortándoles la cabeza. Torturaron y despedazaron a los
valientes hombres que se rehusaban a ver cómo su comunidad caía ante la blanca
mano, esa maldita misma blanca mano que muchos años después se iba a levantar
contra toda aquella raza que no fuera la suya, que iba a destruir el mundo poco
a poco por la avaricia y el deseo de tener más y más. Pero esa blanca mano era
astuta y años más adelante iba a disfrazar la humillación y la indiferencia de
inclusión. Nos iba a hacer creer a todos que estábamos mejorando, mientras
relojes de oro colgaban de sus muñecas, producto de los fajos verdes que
siempre se repartieron entre unos pocos mientras los demás nos moríamos sin
poder hacer nada, mientras mataban nuestro planeta calentándolo hasta sus
entrañas.
Dakota decide tomar la
decisión más valiente de su vida. Producto del amor por su familia y del dolor
que les quiere evitar. Dakota aguarda a la noche, quizás la última del otoño.
Sabe que no puede pensarlo más o se arrepentirá. Ella sabe muy bien los
rituales de sacrificio del Búfalo, los ha presenciado toda su vida. Esta vez,
ella tomará el lugar del sagrado animal. Esta vez ella saltará, no forzada -como
lo hace el Búfalo-, sino voluntariamente. Porque sabe que la llegada de más
seguidores del Hombre Blanco es inminente. Porque sabe que se llevarán a sus
hijos, sabe que les impedirán hablar su lengua nativa, sabe que les forzarán a
aprender la suya, sabe que los maltratarán y les impondrán una religión al
tiempo que los “educan” para servir rudimentariamente a la mano blanca. Sabe
que después pedirán perdón, pero para ello será ya muy tarde.
Cae la noche, Dakota toma
el rol de su abuela y es ella quien les cuenta a sus hijos una leyenda. No
están lejos del acantilado. Dakota los toma en brazos, están profundamente
dormidos. Piensa en todos los dioses en los que alguna vez creyó. Piensa en el
sagrado Búfalo.
Salta al vacío.
Hermoso cuento. Aunque triste a la vez dura realidad.
ResponderEliminarUna historia muy linda, triste pero llena de mucha realidad. Y qué tristemente aún seguimos viviendo en nuestro tiempo.
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