VI Concurso de Cuento Corto: LAS TINIEBLAS COMO REFUGIO.


Al terminar la cena, cuando ya estábamos a punto de irnos a la cama para dejar entre las sábanas el agotamiento producido por el intenso día de actividades campestres, escuchamos golpes en la puerta. Mis padres se pusieron nerviosos y se quedaron estáticos. Acudieron a mi mente los recuerdos de las amenazas recibidas durante los últimos días por parte de aquel grupo armado que nos instaba a abandonar el lugar. No dispuestos a dejarse quitar el lote de tierra que tanto esfuerzo les había costado, mis padres habían intentado negociar con el comandante del grupo, pero había sido inútil, nos querían fuera y nos habían dado una fecha límite para que nos marcháramos, fecha que ya se había cumplido varios días atrás. Mis padres sabían lo peligroso que era pero habían decidido resistirse hasta el último momento, dado que ese pedazo de tierra donde después de meses de trabajo habían logrado sacar adelante un cultivo, era lo único con lo que contaban para su sustento y el de su hija de diez años que era yo.


Los golpes en la puerta empezaron a aumentar de intensidad y mis padres seguían sin hacer o decir nada. Solo cuando escuchamos una vos que amenazaba con derribar la puerta si alguien no la abría en ese instante, mi papá se resolvió a moverse de su sitio. Nos pidió que nos encerráramos en el baño, que estuviéramos tranquilas, que todo iba a estar bien y empezó a caminar con dirección a la puerta. Una bes él dio la espalda, mamá me condujo hasta el baño, me ordenó que la esperara allí quietecita y después de cerrar la puerta, se marchó tras él. Demasiado asustada, me asomé por uno de los resquicios de la pared de madera que me separaba de la sala y desde allí, desde mi escondite observé la escena más horripilante y estremecedora que he visto en mi vida. Tan pronto mi papá abrió la puerta, entraron en la casa varios hombres armados y sin mediar palabras dispararon contra él y luego contra mi madre. Desde mi trinchera, vi con horror como sus cuerpos caían sobre el piso de madera y sentí que la vida se me iba junto a la de ellos. Creo que mi razonamiento entró en pausa en ese momento, porque no pensaba ni sabía nada, solo sentía, sentía un dolor indescriptible que apabullaba cada centímetro de mí ser.


Quizás por instinto de supervivencia, de manera impulsiva escapé por la parte trasera de la casa y eché a correr por entre los arbustos, internándome cada bes más en una espesa selva que permanecía también envuelta en una oscuridad densa. Corrí sin descanso en lo que consideraba dirección opuesta a la casa donde en ese momento debían estar los cuerpos sin vida de mis padres y sus asesinos buscándome por toda la casa. Solo después de más de media hora, me ice consiente de los terrenos fangosos en los que se enterraban mis pies descalzos, los rasguños que las ramas de los árboles provocaban en mi ropa y hasta en mi piel y el riesgo de ser mordida por alguna culebra o convertirme en presa de alguno de los tigres por los que estaba infestada la zona. Dejé de correr y continué caminando durante casi dos horas en medio de las tinieblas con la urgencia de encontrar un lugar seguro donde pudiera pasar la noche y llorar tranquila la muerte de mis padres.


Ya al borde de la desesperación, noté de pronto que una lucecita avanzaba con dirección al punto donde yo me encontraba, presentándose ante mis ojos cada vez más grande y más cerca. Me hiso temblar la idea de que podría tratarse de los mismos asesinos de mis padres, que quizás habían decidido internarse en la selva con sus linternas para encontrarme. Afortunadamente para mi instinto de supervivencia, aunque el hombre que apareció finalmente tras la luz llevaba terciada una escopeta que según me dijo más tarde cuando me refugió en su casa, era la que usaba para casar conejos o venados, carecía de esa actitud violenta que poseían los hombres que acabaron con la vida de mis padres.



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