Concurso de Cuento corto: La Paz se hace letra 20.17: EL LABORATORIO




EL LABORATORIO

Mucho tiempo ha pasado desde que logré escapar de la muerte.

Escribiendo estas líneas me es imposible no recordar los sentimientos de alegría y júbilo que se arremolinaban en mí ser al saber con gran orgullo que lograba entrar a Residencias en ciencias forenses y patológicas.

Todo en mi alma se disponía de una manera singular; quería empezar un nuevo proyecto, unos nuevos estudios, sobresalir a fuerza de disciplina y poder brindar a los pacientes diagnósticos precisos para su adecuado tratamiento.

Este relato puede ser tenido en el campo de la ficción a buen juicio del lector; pero las impresiones que ha causado en mí distan bastante de ello.

Todas las mañanas nos congregábamos frente a un gran televisor que tenía una conexión directa al microscopio donde se evaluaban los casos que se recibían el día previo; se revisaban con el docente encargado y se les asignaba un diagnóstico correspondiente.

Del grupo de profesores-6 en total.- con el transcurrir del tiempo sentía una animadversión por 3 de ellos ya que de modo grotesco exhibían gran mezquindad que toda naturaleza humana no haya conocido jamás, criticando a sus colegas y burlándose de los pacientes.

Cada semana y mes que pasaban me sentía más alejado de los profesores y excluido de mis compañeras. Este hecho lo atribuí inicialmente a mi forma de ser solitaria, tozuda y a mi carácter que se empeña siempre en errar para así poder aprender.

Debo decir aquí que fui ingenuo. Existía un lenguaje del que todos conocían excepto yo.

En las sesiones en que se reunían a discutir casos y se avivaban los fuegos de la egolatría, las risas estridentes sardónicas y sádicas tanto de profesores como alumnas debieron alertar mi nervioso espíritu.

Se me comunicó que mi rendimiento académico era deficiente y que se contemplaba la posibilidad de una suspensión de mi práctica; este anuncio lo recibí de la jefe de residentes la señora A… que parecía disfrutar y saborear cada palabra al ver el efecto que producía en mi fisionomía la vergüenza de ser el maldito. También me informó que un caso parecido al mío había ocurrido y que la persona en cuestión-El señor U…- fue retirado de la residencia.

Consternado decidí buscar al exalumno para dialogar con él y tratar de entender los verdaderos motivos del asunto; pero fue en vano, toda dirección y teléfono al que acudía me encontraba con la desaparición total de todo rastro.

Fue entonces, cuando en la fría y lluviosa noche de finales de febrero recibí una llamada procedente del anfiteatro, en donde se me requería para realizar una autopsia a una paciente en la que se sospechaba la fiebre de tisis.

La necropsia duró alrededor de 2 horas y media. Los hallazgos cadavéricos eran por lo común usuales, salvo un conglomerado de ganglios linfáticos que se ubicaba cerca de la arteria aorta.

Las muestras debían ser colocadas en formol para evitar la putrefacción del órgano.

Debía así pues trasladarme del anfiteatro al laboratorio del cual cada estudiante y profesor poseía llaves de la puerta de ingreso.

   La lluvia parecía aumentar y los vientos ululaban por todos los         resquicios por donde entraban.

Siendo las once de la noche logré ingresar al laboratorio donde debía dejar los tejidos para el estudio posterior.

Al salir un pequeño ruido, grave y cavernoso llamó mi atención; al ubicarlo descubrí que procedía de algún lugar justo al lado del gran televisor, me acerqué y encontré una puerta oculta.

Lentamente la abrí, mi corazón latía y se henchía con cada segundo que me llevaba al revelador descubrimiento. Pude ver a todo el grupo de profesores y alumnas que se organizaban alrededor de una mesa redonda y desde la cual eran participes de una orgía gastronómica.

Su burdos y grotescos modales, los llevaban a comer carne cruda con las manos; sus comisuras labiales estaban repletas de sangre y todos observaban con plañidero asombro algo que se encontraba cerca de la lámpara del techo.

Al fijar la mirada en ese algo, me encontré con el cuerpo de un hombre que yacía suspendido por un garfio oxidado que cruzaba su pecho y al mirar más detenidamente pude leer en un parte de su uniforme…. Señor U.

                                                                
                                                                                      Richard Poe.

Comentarios