EL LABORATORIO
Mucho tiempo ha
pasado desde que logré escapar de la muerte.
Escribiendo estas
líneas me es imposible no recordar los sentimientos de alegría y
júbilo que se arremolinaban en mí ser al saber con gran orgullo que
lograba entrar a Residencias en ciencias forenses y patológicas.
Todo en mi alma se
disponía de una manera singular; quería empezar un nuevo proyecto,
unos nuevos estudios, sobresalir a fuerza de disciplina y poder
brindar a los pacientes diagnósticos precisos para su adecuado
tratamiento.
Este relato puede
ser tenido en el campo de la ficción a buen juicio del lector; pero
las impresiones que ha causado en mí distan bastante de ello.
Todas las mañanas
nos congregábamos frente a un gran televisor que tenía una conexión
directa al microscopio donde se evaluaban los casos que se recibían
el día previo; se revisaban con el docente encargado y se les
asignaba un diagnóstico correspondiente.
Del grupo de
profesores-6 en total.- con el transcurrir del tiempo sentía una
animadversión por 3 de ellos ya que de modo grotesco exhibían gran
mezquindad que toda naturaleza humana no haya conocido jamás,
criticando a sus colegas y burlándose de los pacientes.
Cada semana y mes
que pasaban me sentía más alejado de los profesores y excluido de
mis compañeras. Este hecho lo atribuí inicialmente a mi forma de
ser solitaria, tozuda y a mi carácter que se empeña siempre en
errar para así poder aprender.
Debo decir aquí que
fui ingenuo. Existía un lenguaje del que todos conocían excepto yo.
En las sesiones en
que se reunían a discutir casos y se avivaban los fuegos de la
egolatría, las risas estridentes sardónicas y sádicas tanto de
profesores como alumnas debieron alertar mi nervioso espíritu.
Se me comunicó que
mi rendimiento académico era deficiente y que se contemplaba la
posibilidad de una suspensión de mi práctica; este anuncio lo
recibí de la jefe de residentes la señora A… que parecía
disfrutar y saborear cada palabra al ver el efecto que producía en
mi fisionomía la vergüenza de ser el maldito. También me informó
que un caso parecido al mío había ocurrido y que la persona en
cuestión-El señor U…- fue retirado de la residencia.
Consternado decidí
buscar al exalumno para dialogar con él y tratar de entender los
verdaderos motivos del asunto; pero fue en vano, toda dirección y
teléfono al que acudía me encontraba con la desaparición total de
todo rastro.
Fue entonces, cuando
en la fría y lluviosa noche de finales de febrero recibí una
llamada procedente del anfiteatro, en donde se me requería para
realizar una autopsia a una paciente en la que se sospechaba la
fiebre de tisis.
La necropsia duró
alrededor de 2 horas y media. Los hallazgos cadavéricos eran por lo
común usuales, salvo un conglomerado de ganglios linfáticos que se
ubicaba cerca de la arteria aorta.
Las muestras debían
ser colocadas en formol para evitar la putrefacción del órgano.
Debía así pues
trasladarme del anfiteatro al laboratorio del cual cada estudiante y
profesor poseía llaves de la puerta de ingreso.
La
lluvia parecía aumentar y los vientos ululaban por todos los resquicios por donde entraban.
Siendo las once de
la noche logré ingresar al laboratorio donde debía dejar los
tejidos para el estudio posterior.
Al salir un pequeño
ruido, grave y cavernoso llamó mi atención; al ubicarlo descubrí
que procedía de algún lugar justo al lado del gran televisor, me
acerqué y encontré una puerta oculta.
Lentamente la abrí,
mi corazón latía y se henchía con cada segundo que me llevaba al
revelador descubrimiento. Pude ver a todo el grupo de profesores y
alumnas que se organizaban alrededor de una mesa redonda y desde la
cual eran participes de una orgía gastronómica.
Su burdos y
grotescos modales, los llevaban a comer carne cruda con las manos;
sus comisuras labiales estaban repletas de sangre y todos observaban
con plañidero asombro algo que se encontraba cerca de la lámpara
del techo.
Al fijar la mirada
en ese algo, me encontré con el cuerpo de un hombre que yacía
suspendido por un garfio oxidado que cruzaba su pecho y al mirar más
detenidamente pude leer en un parte de su uniforme…. Señor U.
Richard
Poe.
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