Casa
de recuerdos
Cuando nos llevaron
por primera vez a la nueva casa no parecía tan grande, tú mi negra
y yo no necesitábamos mucho de todos modos, los muchachos ya habían
hecho sus vidas lejos de nuestra casa y tanto espacio en la casa
resultaba asfixiante, por irónico que parezca.
La casa, pese a lo
pequeña era acogedora, lo sería más por supuesto si las cosas de
dos vejestorios como nosotros no ocuparan sus paredes y sus pisos.
Tantos retratos, recuerdos que dan cuenta de los años vividos y
sufridos junto a tí. Junto a la chimenea acomodamos las fotos más
bonitas; esa en la graduación de Laurita, en la que estás tú con
ese vestido naranja de pliegues que siempre me gustó y yo con el
viejo pantalón que me regalaste por mis cincuenta. La de los
muchachos pescando en el río, y una contigo como siempre
regañandolos por mojarse la ropa con la que volveríamos a casa.
De lo que nunca hay
fotos es de los tiempos difíciles, ¿quién las necesita después de
todo? Se conservan en mi memoria, tan o más claros que en los
retratos de la chimenea; cuando perdí ese trabajo que tanto quería
y me tiré a la bebida, llegaba a nuestra puerta borracho, sin
vergüenza, llegué a golpearte en más de una ocasión y no fue
hasta que intenté golpear a nuestros hijos que pusiste un alto en mi
camino y demostraste ser toda una mujer y que suerte tuve de que
fueras la mía, enderezaste mi andar y me enseñaste como a nuestros
niños de qué se trataba la vida; tantas cosas tengo para
agradecerte vieja que el tiempo que me falta por vivir no sería
suficiente para decírtelo.
Y no te lo dije. Lo
pensaba cuando nos hacías café en la cocina luego de la mudanza y
tarareabas canciones de otros tiempos con el delantal puesto y
descalza, cuando servías comida a los invitados a la fiesta de
nuestro “nuevo hogar”, cansada de estar de pie y aún así
radiante, cuando te recostabas en la mecedora del patio leyendo tus
novelas, dejando descolgar una pierna sobre el brazo de la silla y
siguiendo las líneas de lo que leías con los dedos. Pensé que lo
sabías porque era lo más lógico del mundo, ¿quién podría no
quererte con esa sonrisa llena de arrugas que iluminaba la
habitación?
Pero a pesar de todo
nunca te lo dije, y ahora qué estás recostada en la cama, fría y
pálida, con los surcos de las arrugas más profundos que nunca, con
el pelo cano y sin perder la sonrisa, ahora es cuando le ruego a Dios
que me de más tiempo para decírtelo, que no te lleve sin mí y que
no me lleve sin tí, ahora es cuando beso tus manos ya casi sin
fuerza y espero el momento de reunirme de nuevo contigo, en otra
vida.
D.M.A
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