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Concurso de Cuento corto: La Paz se hace letra 20.17: Casa de recuerdos

                                          


Casa de recuerdos

Cuando nos llevaron por primera vez a la nueva casa no parecía tan grande, tú mi negra y yo no necesitábamos mucho de todos modos, los muchachos ya habían hecho sus vidas lejos de nuestra casa y tanto espacio en la casa resultaba asfixiante, por irónico que parezca.

La casa, pese a lo pequeña era acogedora, lo sería más por supuesto si las cosas de dos vejestorios como nosotros no ocuparan sus paredes y sus pisos. Tantos retratos, recuerdos que dan cuenta de los años vividos y sufridos junto a tí. Junto a la chimenea acomodamos las fotos más bonitas; esa en la graduación de Laurita, en la que estás tú con ese vestido naranja de pliegues que siempre me gustó y yo con el viejo pantalón que me regalaste por mis cincuenta. La de los muchachos pescando en el río, y una contigo como siempre regañandolos por mojarse la ropa con la que volveríamos a casa.

De lo que nunca hay fotos es de los tiempos difíciles, ¿quién las necesita después de todo? Se conservan en mi memoria, tan o más claros que en los retratos de la chimenea; cuando perdí ese trabajo que tanto quería y me tiré a la bebida, llegaba a nuestra puerta borracho, sin vergüenza, llegué a golpearte en más de una ocasión y no fue hasta que intenté golpear a nuestros hijos que pusiste un alto en mi camino y demostraste ser toda una mujer y que suerte tuve de que fueras la mía, enderezaste mi andar y me enseñaste como a nuestros niños de qué se trataba la vida; tantas cosas tengo para agradecerte vieja que el tiempo que me falta por vivir no sería suficiente para decírtelo.

Y no te lo dije. Lo pensaba cuando nos hacías café en la cocina luego de la mudanza y tarareabas canciones de otros tiempos con el delantal puesto y descalza, cuando servías comida a los invitados a la fiesta de nuestro “nuevo hogar”, cansada de estar de pie y aún así radiante, cuando te recostabas en la mecedora del patio leyendo tus novelas, dejando descolgar una pierna sobre el brazo de la silla y siguiendo las líneas de lo que leías con los dedos. Pensé que lo sabías porque era lo más lógico del mundo, ¿quién podría no quererte con esa sonrisa llena de arrugas que iluminaba la habitación?

Pero a pesar de todo nunca te lo dije, y ahora qué estás recostada en la cama, fría y pálida, con los surcos de las arrugas más profundos que nunca, con el pelo cano y sin perder la sonrisa, ahora es cuando le ruego a Dios que me de más tiempo para decírtelo, que no te lleve sin mí y que no me lleve sin tí, ahora es cuando beso tus manos ya casi sin fuerza y espero el momento de reunirme de nuevo contigo, en otra vida.

                                                                                                                                                                                                           D.M.A

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