Lo único que recuerdo de ese día son
mis piernas corriendo con todas sus fuerzas, el hecho de pensar que mi vida
pudo cambiar en solo un segundo me perturba en las noches. ¿Cómo es posible que
el hecho de salir a la calle te ponga en riesgo de perder la vida?
Eran las 6 de la tarde y apenas se
escondía el sol, Jean y Sergio me acompañaban, parecía sentirse un aire de
felicidad, el aroma a victoria desbordaba las calles en mi ciudad, habíamos
ganado, por fin íbamos a ser escuchados por un Gobierno que solo ayudaba a los
ricos, sin embargo, en el fondo de mi corazón lo sabía, era una felicidad
sospechosa, algo iba a pasar.
Decidimos volver a casa, solo nos
separaban unos siete minutos de la seguridad del hogar, pero llegaron.
¿Quiénes?, se preguntaría cualquier persona, pero alguien que vive en Colombia
sabe que se siente terror cuando aparecen los que nos cuidan.
Eran al menos cincuenta de ellos,
armados hasta los dientes, me temblaron las rodillas. “¡Nos están apuntando!”,
fue lo único que pude escuchar antes de correr, con la mente en blanco y los
oídos aturdidos por el sonido de los disparos. ¿Por qué a nosotros?, tres
jóvenes estudiantes que solo se dirigían a sus casas.
Finalmente abrí los ojos, me levanté
de la cama y corrí la cortina que usamos como puerta.
—Otra vez ese sueño —le dije a mi apá.
—Mijo no se preocupe, las cosas en la ciudad no
son así, acá en el campo es que toca ser más berraco, pero usted sabe que su taita lo cuida; tienen que darme
veinte tiros y pasar por encima mío para que lo toquen a sumercé —me respondió.
Tiene razón apá, al menos allá voy a
poder estudiar la medicina, pa ayudar a mi amá con ese dolor en las piernas; y
cuando pueda volver le traigo diez porrones de agua para que no tengamos que ir
hasta el río a recoger unos días – le dije con la ilusión que siempre tuve
desde pequeño.
Un año después estaba yo en la
ciudad, cumplí mi sueño, pero ¿a qué costo?; mi camisa favorita perdió su color
amarillo gracias a esa mancha roja en mi pecho, ahí estaba tirado en el suelo
con un dolor incesable, y pasé mis últimos momentos lamentando con rabia y
nostalgia mi estúpida ingenuidad. Creí que saliendo del pueblo iba a escapar de
la violencia y que algún día me iba a traer a mi familia para que estuvieran en
paz en la ciudad. No fue así.
La
violencia siempre ha estado y siempre estará. Hasta que cada persona no busque
en la nobleza de su corazón, ni en el pueblo, ni en la ciudad, en ningún lado
se encontrará la verdadera paz.
-Andrés
Comentarios
Publicar un comentario
Tus comentarios enriquecen nuestra Biblioteca ¡Gracias por Visitarnos!