Hace ya
muchos años de los que no tengo memoria ocurrió en buenaventura una maravillosa
historia. De la orilla del pacífico un pescador zarpó en su pequeño potrillo
con atarraya y tambor. Quería atrapar un pez y comprobar que su vecino poco o
nada lo vencería en su juego retorcido, su mujer le había dicho que no saliera
de pesca, pero él muy testarudo a la a ventura se marchó dejándola con sus
hijos sin mayor explicación.
Cuando
estaba en altamar se ha encontrado a su vecino quien sin vacilar le dijo que el
tiempo no perdiera que para pescador no había nacido y que mejor guardara sus
fuerzas, ya la presa había cogido y él no podría atrapar a tan colosal bestia
para su orgullo agrandar.
El otro
hombre sin mirarlo su potrillo aceleró y se adentró hacia el vasto océano para
cumplir su labor. Él estaba convencido de un gran pez atrapar y demostrar a su
vecino que realmente era capaz, pero el pobre no sabía lo que le iba a pasar,
pues la furia del océano estaba por comenzar.
Desprevenido
pescaba esperando el familiar halar de algún gigantesco pez que su atarraya
alcanzara pero pobrecito de él no había conseguido nada, tan solo cansancio y
hambre y las aguas desoladas.
Dieron
las siete y las ocho luego las nueve y las diez y aquel pobre pescador solo
estaba del revés, solo había conseguido una diminuta sardina, cuatro o cinco
camarones y una pequeña lubina. Cuando toda su esperanza ya parecía perdida de
repente saltó un gran ñato desde el agua fría, de inmediato el pescador recogió
su atarraya intentando agarrar al pez que ahora ansiaba más que nada, pero cada
que lo hacía notaba que se alejaba así que él lo seguía con ceguera
desmesurada, cuando el hombre echó de ver no reconocía nada, tan solo sentía
frío y vacío en sus entrañas.
Intentó
regresar enseguida con su mujer a su hogar, pero una vez más asomó aquella
aleta del ñato que casi logró capturar, sin siquiera pensarlo dos veces su
canalete tomó y se adentró en el océano para atrapar al bribón. Ya sin fuerzas
se quedaba, pero él seguía remando, quería atrapar al pez y sin duda regresar
triunfando, así le tomara la vida el seguiría luchando.
De
repente a la distancia un nubarrón se formó y rápidamente la luna del cielo
desapareció, las estrellas al mismo tiempo del firmamento se ocultaron como si
ese fuera el final, el final de todos los astros. Rápidamente las gotas del
cielo fueron cayendo como fuertes pedazos de roca azotando el pobre océano, los
rayos al mismo tiempo descendieron de las alturas haciendo más terrorífica
aquella noche tan oscura.
Grandes
olas se formaron y también grandes remolinos que solo perseguían a su pequeño
potrillo, el remaba con gran fuerza y sin detenerse tantito, pero siempre la
corriente lo atraía hacia el peligro, quería huir de la muerte y eso estaba decidido,
tan solo necesitaba un pequeño empujoncito.
El pobre
hombre asustado a su remo se aferró y clamando por su vida al cielo extendió su
voz; dioses santos no me maten, se los pido por favor, sé que esto es un
castigo, pero les juro que he aprendido y de ahora en adelante tomaré el
consejo divino.
Al
parecer ya era tarde y los dioses se habían ido porque la furia del océano tan
solo había crecido, lo último que vio aquel hombre fue el ojo de un gran
remolino, donde rápido fue absorbido él, su atarraya y tambor y su pequeño
potrillo. Se había ido para siempre sin despedida y aviso furioso y sin lograr
aquel gran cometido.
Hoy en la
noche a lo lejos se ve un pescador perdido que aparece con la luna y cae con el
sol y su brillo, quien tira y recoge su atarraya buscando en el mar pacífico,
cazar una grande presa y vencer a su vecino.
No
siempre se logran las cosas y menos lo que es dañino, así le pasó a aquel
hombre y su orgullo desmedido, para él fue tarde y no regresará ya que ahora y
para siempre el fantasma del pescador será.
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