Viernes
Bajas 36
escalones con tu bici en los hombros —Liviana la bajada— piensas. Te echas la
bendición y das unas cuantas pedaladas hasta llegar a la esquina, donde el
freno toma el control.
Cuentas
cinco semáforos para llegar a tu destino, miras hacia los lados cada que
quieres cruzar la calle, y en el trayecto no faltan los conductores imprudentes
que te obligan a frenar en seco, a pedalear con todas sus fuerzas o a demostrar
el disgusto con la mirada. Y ahí aparece el tipo morboso con sus comentarios
más racista que otra cosa —uy mi negra hermosa, ¿no me lleva?; Negra pero
bella; ¿la acompaño?; ¿no me lleva? yo no muerdo; zc zc— acompañado de un
chiflido que personifica su rol de bestia. Un Beep sostenido te altera el ritmo
cardíaco mientras el conductor grita —Buscá el andén que estás estorbando—
respiras, pedaleas más rápido y dejas atrás a otros ciclistas sabiendo que la
carrera es contigo misma.
Treinta y cinco minutos te bastan para estar en un ambiente de tranquilidad. Haces tus lecturas en una fila eterna en Central (restaurante universitario), ahí pasas más de una hora en medio de ruidos, chiflidos, murmullos, gente gritando —hagan fila, se coló, eeey se están colando— sonidos de cubiertos y ollas que dan indicios de que el lugar está vivo. La lectura te mengua el hambre que se manifestaba en el sonido de tu estómago mientras la fila avanza.
Alcohol,
música, cigarros, marihuana, bailes, mucha gente soltando el estrés de la
semana de clase acabada, y ahí estás, en eso que se podría resumir cómo la
famosa audición estudiantil. Te quedas un rato con algunos compañeros de
cohorte charlando y recochando. Mientras los demás toman y bailan. En eso que
sueles llamar "un arranque de momento", te da por irte para tu casa.
Aún no pasan más de las ocho y media. Uno de tus compañeros te pregunta:
— ¿No te
da miedo que te roben andando en bici?
— A mí
nadie me roba, nada malo me pasa. Ya estoy acostumbrada a andar hasta altas
horas de la noche.
— Ve con cuidado.
Quedas algo pensativa pero no le das mucha importancia.
Tomas la
autopista y en tu mente escuchas el ritmo de Human Leech. Cantas la canción de Willow Smith, tu artista
favorita.
You are a human leech, oh oh, y la velocidad de la bici se vuelve más lenta mientras avanzas en una pequeña loma.
La autopista
tiene cruce con un río y en ese pequeño puente, la luz es mínima. Hay dos
chicos que parecen esperar algún transporte. Tú no les pones cuidado, es normal
ver gente esperando transporte. Tú repites y repites la canción. De repente,
uno de los chicos se te adelanta y se atraviesa en el camino, miras hacia atrás
si tienes vía libre para librarte de ellos pero en tu intento de fuga, el chico
de atrás sujeta tu mochila con tanta fuerza que se arranca y te caes. La bici
queda acostada y tú medio inclinada hacia la izquierda sosteniendo la
dirección.
Vas tras ellos pero se meten por un camino oscuro y solitario. Sientes miedo y sales de nuevo a la vía a pedir ayuda. Sin embargo, la gente solo te mira. Unos siguen de largo como si no les importase tu existencia, otros te preguntan lo sucedido e insinúan que no hay nada qué hacer.
Tu voz pierde fuerza, se vuelve ronca y llorosa. La angustia te acecha y la policía no te da esperanza. Te vas a casa haciendo recuento de todo lo perdido junto con tu mochila y te parece imposible un nuevo amanecer. Lloras al recordar que todos tus apuntes del semestre, trabajos y textos nuevos estaban ahí; las llaves, documentos, tarjeta de transporte público, dinero, celular y objetos personales, todo lo que usabas día a día lo has perdido y te sientes con las manos atadas. Al menos la bicicleta te queda para avanzar. Sin embargo, el miedo de andar en ella fue un nuevo sentimiento que avanza a tu lado.
Comentarios
Publicar un comentario
Tus comentarios enriquecen nuestra Biblioteca ¡Gracias por Visitarnos!